sábado, 21 de noviembre de 2020

Los masacrados de la Revolución en Costa Chica

Aunque el movimiento social conocido como la Revolución Mexicana, encabezada por Francisco I. Madero en contra de Porfirio Díaz, inició en 1910, en esta zona de la Costa Chica fue el lunes 17 de abril de 1911 cuando los revolucionarios bajo el mando de Enrique Añorve Díaz conquistaron Ometepec, apoyando el Plan de San Luis; en esas fechas, Ometepec era cabecera del Distrito de Abasolo, es decir, era la plaza política y militar más importante.

Durante la tarde de ese día, insurrectos de Ometepec, Acatepec, Igualapa, Juchitán y Huehuetán, con armas en la mano y necesitados de justicia, después de una batalla, se apoderaron de la plaza y la ciudad, con la intervención tardía de Añorve Díaz, en compañía de la gente de Cuajinicuilapa —comandada por Teodoro Aguirre—, quien había preparado este movimiento en la región y quien había prometido a algunos de estos pueblos recuperar sus tierras comunales, de las que habían sido despojados ilegalmente por ricos caciques, ganaderos y comerciantes del lugar. Añorve Díaz había permanecido en La Escondida (hoy Punta Maldonado) por temor a represalias del recién nombrado jefe político Manuel García, quien tuvo noticias previas al alzamiento.

Después de conseguir la derrota de las fuerzas porfiristas, los campesinos de Igualapa, Huehuetán y Acatepec se dedicaron a cumplir con uno de los puntos del Plan de San Luis, consistente en recuperar los títulos de propiedad que amparaban sus tierras comunales; estos títulos servirían para que el gobierno de Madero tomara cartas en el asunto y resolviera que los campesinos volvieran a tener la posesión legal de sus tierras. 

Durante un mes, los campesinos se dedicaron a recuperar sus títulos, dispersados mayormente en Ometepec y en Pinotepa Nacional, Oaxaca, lugar cual acudieron los igualapanecos por ellos; para poder recuperarlos, recurrieron a las armas ante la resistencia de algunos «dueños» para entregárselos: en ambos bandos hubo muertes. Inmersos en esta dinámica, y sin haber recuperado totalmente sus títulos, el 17 de mayo, los huehuetecos, por su parte, mataron a José Medel —rico de Huehuetán— e intentaron, con los igualapanecos, asaltar el Ayuntamiento de Ometepec; además, recuperaron las últimas escrituras faltantes, sin consentimiento de Añorve Díaz.

Otra de las decisiones propias tomadas por las autoridades revolucionarias de Igualapa fue ordenar a los terratenientes la suspensión del cobro a labriegos, el 24 de mayo. En tanto, los terratenientes de Ometepec conquistaron la voluntad del jefe del movimiento, Enrique Añorve Díaz, para que rescatara y les devolviera esos documentos, que se encontraban en manos de los revolucionarios igualapanecos y huehuetecos: el 29 de mayo, en su calidad de jefe de armas, mandó publicar un aviso, que se convertiría en un vaticinio de lo que sucedería unos días después: «Que SERÁ PASADA POR LAS ARMAS toda persona que… se dedique a cometer abusos, que estén en pugna con los principios y defensa de la causa que se persigue, tales como TRAICIÓN, RAPTO, FORZO, ROBO, ASESINATO, etc.».

José Manuel López Victoria lo justifica así: «La ola de sangre y los desmanes cometidos por sus seguidores, apesadumbraron al jefe Enrique Añorve y procedió a aumentar sus efectivos con voluntarios del Distrito que convergían en Ometepec, a fin de responsabilizar de sus actos a los sostenedores del orden que se proponía imperara. Entonces nombró a sus oficiales y por aclamación, don Enrique fue reconocido como general de la Revolución… Esa aversión [entre Añorve Díaz y los huehuetecos e igualapenecos] era recíproca, pues el líder del movimiento revolucionario en la Costa Chica alimentaba hondo resentimiento contra los igualapanecos y huehuetecos, que pisotearon su autoridad y exigieron bajo presión de los fusiles las escrituras a los poseedores de tierras labrantías».

Así, el 11 de junio de 1911, luego de que regresaran sus fuerzas militares de Acapulco y luego de haberlos citado telefónicamente con el engaño de que iba a devolverles algunos títulos de propiedad faltantes, Enrique Añorve tomó presos a 19 campesinos, entre ellos a los principales de Igualapa, les exigió los títulos de propiedad de los terratenientes, los cuales fueron devueltos a sus «dueños». Después, los mandó matar, sin juicio de por medio, atados de manos, en zona despoblada, a cargo de dos fracciones ejecutoras: «…una tomó el camino a Igualapa y la mandó el capitán Teodoro Aguirre; mientras la otra siguió el rumbo de Lo de Soto, estado de Oaxaca, bajo la vigilancia del de igual graduación, Eligio Estévez», escribe el mismo López Victoria.

Según Epigmenio López Barroso, «fueron fusilados Raimundo Timoteo, Presidente Municipal de Igualapa; los Regidores Pedro Estévez y José Espiridión Cervantes; y los señores Evaristo E. González, José Domínguez Castañeda, Zenón Hesiquio, Vidal Martínez, Juan de los Ángeles, José Cecilio Domínguez y otros, todos de Igualapa: Francisco Sosa, de Acatepec; y Domingo Guzmán, de La Soledad, por exigir el reparto de tierras programado por el movimiento revolucionario de 1910».

Agrega López Victoria: «Este último, revolcándose en su propia sangre y no obstante de haber recibido el “tiro de gracia”, al quedar abandonado con los cadáveres de sus compañeros de infortunio, sobrevivió providencialmente y, arrastrándose entre la maleza, pudo ponerse a salvo. Se trasladó a Igualapa y fue portador de la triste novedad de la pérdida de los caracterizados ciudadanos de ese pueblo». E informa: «Por su parte Estévez, en el camino de Ometepec a Lo de Soto envió al paredón a los capitanes Vicente Domínguez y Clemente Martínez, al teniente Nicolás Carmona y a los señores Aristeo Juárez, Marcial y Manuel Álvarez, Pedro y Juan Marroquín y Domingo Guzmán, este último nativo de La Soledad».

Esta masacre fue el comienzo de una ofensiva emprendida por los terratenientes de Ometepec en contra de la revolución de los campesinos de Guerrero por recuperar sus tierras comunales; la ordenó quien, primero, fue su líder, el maderista Enrique Añorve Díaz.

Según el historiador Renato Ravelo, «a partir de este suceso, los grupos campesinos no pudieron radicar más en sus pueblos, buscaron campamentos, refugios y las formas de sobrevivir en el monte. Recorrieron toda la costa buscando organizar a sus colegas antiterratenientes y los encontraron en Azoyú, Cuautepec, San Luis Acatlán, Copala y Tecoanapa, donde las represalias de los terratenientes también habían obligado a los grupos más rebeldes a mantenerse sobre las armas; juntos ahora golpearon a ricos y caciques».

En el caso de Cuajinicuilapa, el movimiento de los pueblos para recuperar sus títulos no tuvo eco; sin embargo, los insurrectos sí incursionaron en la zona, causando daños en la hacienda Miller: «El ganado disminuyó sacrificado por los revolucionarios. Los indios mataban las reses sólo para utilizar la grasa. El cuero y la carne se pudrían en los campos o servía como alimento a los zopilotes ahítos. Los campos sembrados de algodón fueron arrasados. Ni un petate de algodón volvió a ser introducido a la casa de la Hacienda. Las máquinas desmontadoras fueron destruidas», según Aguirre Beltrán. Los zapatistas cuijleños entrarían a pelear las tierras contra German Miller, el terrateniente, hasta 1913.

Por su parte, Añorve Díaz, amargado y decepcionado por los malos tratos recibidos por Madero y los Figueroa, quienes encabezaban el movimiento en Guerrero, viajó a Puebla, donde murió de pulmonía el 30 de diciembre de ese año, dejando trunco su deseo de seguir en “la bola”, ahora bajo el mando de Zapata.

Sobre este final, anotó López Victoria: «También analizó Añorve las injusticias cometidas por la Revolución triunfante para con sus espontáneos y esforzados soldados que, en su mayoría, se encontraban sumidos en aterradora pobreza por haber perdido sus propiedades al levantarse en armas. Y, consecuentemente, el propio jefe costeño escribió desde la Angelópolis al capitán Rafael Guillén, que residía en Ometepec, y le previno que entrara en pláticas con los principales dirigentes del pueblo, con la finalidad de reorganizar a las antiguas fuerzas maderistas para que, una vez armadas, se alistaran a revolucionar bajo la bandera e ideales de Emiliano Zapata, tan pronto como Añorve regresara a la Costa Chica y a donde se dirigiría».


 [20/XI/2007]

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