lunes, 23 de noviembre de 2020

LOS "NEGROS" DEL PODER

Veo una publicación en Facebook y la curiosidad, el morbo, me impele a buscar el video-reportaje de la Agencia Xinhua sobre una «organización [que] se encarga de fortalecer al pueblo afro mexicano en cuestiones culturales, políticas y económicas,  en especial a las mujeres en el sureño estado mexicano de Guerrero».

Inicio a mirarlo; apenas transcurren algunos segundos y lo detengo. Me irrita. Me aburre, ya, este tema. Me molesta tanta condescendencia, me irrita tanto servilismo o falta de crítica… ¡Qué digo! Me abruma tanta falta de sentido común en ese periodismo. La pretensión de actuar de manera correcta produce monstruos. El video se titula Iniciativa para apoyar a las mujeres afro mexicanas en Guerrero.



Es un video para promover algunas actividades recientes de una organización de mi pueblo, Mano Amiga, A. C. Inevitablemente pienso en su creador, el profesor Silvio Jiménez Lugo, un político fallecido hace algunos años, hábil estafador, cuya zalamería le ganaba adhesiones de la gente, de los ciudadanos, de los votantes. Tenía una clientela política abundante y fiel. Era un líder. Fue síndico procurador de Cuajinicuilapa, aunque nunca pudo ser presidente como aspiraba. Oriundo de Ometepec.

Silvio no hablaba de los negros, ni de los afromexicanos; incluso, se sabía que él y su mujer (maestra también) tenían una opinión negativa de los negros de Cuaji. Un día descubrió que el movimiento político que iba en crecimiento era el de la multiculturalidad, y le dio ese sesgo a su asociación civil, la lucha por los derechos de los afromexicanos, de los negros, y en ese camino coincidió con los hermanos Gallardo, maestros también. Es probable que estos hermanos, sus amigos, lo indujeran en esa vertiente de “la lucha social”.

Ahora, a Silvio no se le recuerda por ese activismo a favor de los afromexicanos (incipiente e ingenuo, por cierto), sino por el desfalco de millones de pesos que cometieran él y otras líderes del municipio, con la complicidad del político priísta Nabor Ojeda (cuya operadora en ese programa fue la también profesora Nicolas Peláez), consistente en cobrar 850 pesos por un paquete de materiales de construcción a miles de personas de este municipio y de otros aledaños, tanto de Guerrero, como de Oaxaca, los cuales nunca les fueron entregados a los llamados “beneficiarios”. Este enjuague se utilizó para “ganar” votos para el perredista Vicente Cortés Rodríguez, quien competía por la presidencia municipal. El maestro Silvio siempre negó que hubiera cometido fraude, y aseguró que se devolverían los dineros o se entregarían los paquetes, pero eso no se cumplió.

Precisamente, el profesor Benigno Gallardo de la Rosa también descubrió el potencial político de la bandera de los derechos de los pueblos negros (después se acomodaría al concepto afromexicanos) y con su hermano Gonzalo Gallardo García emularon el movimiento negrista de la Costa de Oaxaca, fundando sus propias organizaciones y coaliciones para, también, procurar la defensa de los derechos de los pueblos negros, sin mucho conocimiento del asunto.

Desde su Movimiento Nacional Afromexicano, Benigno, proveniente del Partido Alianza Nacional, saltó a ser consejero nacional de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, representando al estado de Guerrero, por designación del gobernador el estado, a principio de la década de los años 10 de este siglo.

Para llegar allí, Benigno tuvo que pelear, incluso, contra otros “líderes” del movimiento afro en la Costa Chica, quienes lo veían como un arribista y oportunista, y quien podría desplazarlos, como lo hizo, finalmente. Uno de sus oponentes fue el profesor Sergio Peñaloza Pérez, de Cuajinicuilapa, a quien Benigno acusó de beneficiarse con recursos que deberían destinarse a programas sociales y apoyos a los pueblos afromexicanos de la Costa Chica; Sergio actuaba en complicidad con María Elisa Velázquez, del INAH, designada como representante de México ante la UNESCO en las actividades de la Década de los Afrodescendientes.

«Por eso no querían que yo llegara, porque les iba a descubrir todas sus chanderas», dijo Benigno, al respecto, y se refirió a millones de pesos, que fueron desviados para beneficio personal, aunque no dio más detalles y prometió que los daría.

Acompañaba a los hermanos Gallardo, incluso como antagonista de Sergio Peñaloza, el cuileño Bulmaro García Zavaleta, quien retomó la bandera de la defensa de los derechos de los pueblos negros, afromexicanos, desde ese cascarón que era la fallida Universidad de los Pueblos del Sur (Unisur), consiguiendo ser empleado para las actividades preparatorias del conteo de población que realizara el INEGI en 2015, donde se incluyó una pregunta sobre la adscripción de esta población. Incluso, participó en la organización logística de varias consultas sobre esos derechos.

Pero la suerte lo llevó a ser designado como subsecretario de Asuntos Afromexicanos del gobierno estatal por el perredista (en ese momento) Ángel Heladio Aguirre Rivero. De esa época se recuerda en Cuajinicuilapa que a la Unisur le hicieron donaciones de vehículos (dos camionetas, que utilizaban sus hijos, un músico y la actual diputada por el XV distrito local, Perla Xóchitl), que “bajaron” recursos para apoyos de los pueblos afromexicanos, negros, de esta zona, pero que estos nunca recibieron, sino que se quedaron en familia; así como donaciones en especie (cámaras de video y de fotografía profesionales, etc.). Recientemente apareció en el escenario nacional, al formar parte silente del elenco que le entregó al presidente López Obrador el bastón de mando, en representación de los pueblos indígenas.

Al final, en los últimos cinco años, estos oponentes se perdonaron y decidieron actuar y repartirse los recursos y los cotos de poder o, cuando menos, no estorbarse, aunque no siempre cumplieron el pacto, porque Bulmaro y Sergio se pelearon por los recursos que les dieron para acudir al encuentro de pueblos negros en Múzquiz, Coahuila, y en otros actos de esos grupos y otros del país. Y Benigno, como por arte de enjuagues, heredó el cargo de Bulmaro, y ahora funge como subsecretario de Asuntos Afromexicanos del gobierno del estado, y “se toma la foto” con su “hermano” Sergio.

Sergio Pedro Peñaloza ha “caciqueado” a la organización que le heredara el tobaguense Glynn Jemot, México Negro, A. C., la cual inició como una asociación que luchaba por combatir la pobreza, el desempleo, la falta de servicios de salud pública, de educación de los pueblos negros de la Costa Chica y las que dieron en llamar tradiciones culturales. En algún momento, la funcionaria María Elisa Velázquez se ufanaba en llevar a este cuileño a viajar, con dinero del erario, por varios países, como Brasil, representando a sus paisanos, haciendo “turismo étnico”, usurpando una representación que la gente de su pueblo, de los pueblos negro-afromexicanos nunca le dio. Incluso, ni la gente de su pueblo, ni de su barrio, lo apoyó en su pretensión de ser candidato independiente a la presidencia de la República… por los afromexicanos.

Y el episodio más reciente en su trayectoria como líder afromexicano-negro fue la irónica designación que hiciera el gobierno del estado de Guerrero, al otorgarle el premio “Cuauhtémoc” al mérito civil: «Por primera vez en la historia de Guerrero, en este año en el marco de la conmemoración del 171 Aniversario de la Creación de nuestra Entidad Federativa, se otorgará el Premio al Mérito Civil “Cuauhtémoc” a un hermano Afromexicano Pedro Sergio Peñaloza Perez [sic], Presidente de la Organización México Negro A.C. Un merecido reconocimiento a toda una vida de lucha por la visibilización de los derechos y la cultura del pueblo Afromexicano. Nuestra Constitución Local de Guerrero desde hace varios años ya tiene tuteados los derechos del Pueblo Afromexicano, equiparados con los derechos de los Pueblos Indígenas», escribió el secretario de Asuntos Indígenas y Afromexicanos. [Se respeta redacción.]

Estos tres activistas que han enarbolado la bandera de la defensa de los derechos de los pueblos afromexicanos nunca han tenido base social, sino que ésta ha sido escasa, y sí han tenido el rechazo o la apatía de la población que dicen representar ante sus acciones. A menos que den dinero. Es irónico, porque el profesor Silvio, cuando menos tenía gente. Pero las argucias de los poderosos para seducir y cooptar este movimiento son numerosas, y si esa camada de negros ya va de salida, otros más jóvenes, más “preparados” están sustituyéndolos, tal vez porque el botín no se agotará en los próximos años.

En realidad, son procesos que los pueblos deben vivir antes de arribar a la conciencia de sus derechos humanos fundamentales, organizarse y emprender una lucha genuina, colectiva, comunitaria y efectiva por los mismos, por su cultura y sus tradiciones, por su entorno ecológico y por su propia historia, purgada de espurios.

PS: «Negro, en su acepción literaria, es el que hace trabajos anónimamente en provecho y lucimiento de otro, que pone la firma. La expresión es de origen francés —los ingleses usan el término ghostwriter, escritor fantasma— y surgió con la producción en masa de folletines en el siglo XIX, cuando se empezó a llamar négrier —negrero— al que firmaba y nègrenegro— a quien escribía». Tomado de la revista Muy interesante, de España.


[Eduardo Añorve · Cuajinicuilapa de Santamaría · 15 de noviembre de 2020]


sábado, 21 de noviembre de 2020

Los masacrados de la Revolución en Costa Chica

Aunque el movimiento social conocido como la Revolución Mexicana, encabezada por Francisco I. Madero en contra de Porfirio Díaz, inició en 1910, en esta zona de la Costa Chica fue el lunes 17 de abril de 1911 cuando los revolucionarios bajo el mando de Enrique Añorve Díaz conquistaron Ometepec, apoyando el Plan de San Luis; en esas fechas, Ometepec era cabecera del Distrito de Abasolo, es decir, era la plaza política y militar más importante.

Durante la tarde de ese día, insurrectos de Ometepec, Acatepec, Igualapa, Juchitán y Huehuetán, con armas en la mano y necesitados de justicia, después de una batalla, se apoderaron de la plaza y la ciudad, con la intervención tardía de Añorve Díaz, en compañía de la gente de Cuajinicuilapa —comandada por Teodoro Aguirre—, quien había preparado este movimiento en la región y quien había prometido a algunos de estos pueblos recuperar sus tierras comunales, de las que habían sido despojados ilegalmente por ricos caciques, ganaderos y comerciantes del lugar. Añorve Díaz había permanecido en La Escondida (hoy Punta Maldonado) por temor a represalias del recién nombrado jefe político Manuel García, quien tuvo noticias previas al alzamiento.

Después de conseguir la derrota de las fuerzas porfiristas, los campesinos de Igualapa, Huehuetán y Acatepec se dedicaron a cumplir con uno de los puntos del Plan de San Luis, consistente en recuperar los títulos de propiedad que amparaban sus tierras comunales; estos títulos servirían para que el gobierno de Madero tomara cartas en el asunto y resolviera que los campesinos volvieran a tener la posesión legal de sus tierras. 

Durante un mes, los campesinos se dedicaron a recuperar sus títulos, dispersados mayormente en Ometepec y en Pinotepa Nacional, Oaxaca, lugar cual acudieron los igualapanecos por ellos; para poder recuperarlos, recurrieron a las armas ante la resistencia de algunos «dueños» para entregárselos: en ambos bandos hubo muertes. Inmersos en esta dinámica, y sin haber recuperado totalmente sus títulos, el 17 de mayo, los huehuetecos, por su parte, mataron a José Medel —rico de Huehuetán— e intentaron, con los igualapanecos, asaltar el Ayuntamiento de Ometepec; además, recuperaron las últimas escrituras faltantes, sin consentimiento de Añorve Díaz.

Otra de las decisiones propias tomadas por las autoridades revolucionarias de Igualapa fue ordenar a los terratenientes la suspensión del cobro a labriegos, el 24 de mayo. En tanto, los terratenientes de Ometepec conquistaron la voluntad del jefe del movimiento, Enrique Añorve Díaz, para que rescatara y les devolviera esos documentos, que se encontraban en manos de los revolucionarios igualapanecos y huehuetecos: el 29 de mayo, en su calidad de jefe de armas, mandó publicar un aviso, que se convertiría en un vaticinio de lo que sucedería unos días después: «Que SERÁ PASADA POR LAS ARMAS toda persona que… se dedique a cometer abusos, que estén en pugna con los principios y defensa de la causa que se persigue, tales como TRAICIÓN, RAPTO, FORZO, ROBO, ASESINATO, etc.».

José Manuel López Victoria lo justifica así: «La ola de sangre y los desmanes cometidos por sus seguidores, apesadumbraron al jefe Enrique Añorve y procedió a aumentar sus efectivos con voluntarios del Distrito que convergían en Ometepec, a fin de responsabilizar de sus actos a los sostenedores del orden que se proponía imperara. Entonces nombró a sus oficiales y por aclamación, don Enrique fue reconocido como general de la Revolución… Esa aversión [entre Añorve Díaz y los huehuetecos e igualapenecos] era recíproca, pues el líder del movimiento revolucionario en la Costa Chica alimentaba hondo resentimiento contra los igualapanecos y huehuetecos, que pisotearon su autoridad y exigieron bajo presión de los fusiles las escrituras a los poseedores de tierras labrantías».

Así, el 11 de junio de 1911, luego de que regresaran sus fuerzas militares de Acapulco y luego de haberlos citado telefónicamente con el engaño de que iba a devolverles algunos títulos de propiedad faltantes, Enrique Añorve tomó presos a 19 campesinos, entre ellos a los principales de Igualapa, les exigió los títulos de propiedad de los terratenientes, los cuales fueron devueltos a sus «dueños». Después, los mandó matar, sin juicio de por medio, atados de manos, en zona despoblada, a cargo de dos fracciones ejecutoras: «…una tomó el camino a Igualapa y la mandó el capitán Teodoro Aguirre; mientras la otra siguió el rumbo de Lo de Soto, estado de Oaxaca, bajo la vigilancia del de igual graduación, Eligio Estévez», escribe el mismo López Victoria.

Según Epigmenio López Barroso, «fueron fusilados Raimundo Timoteo, Presidente Municipal de Igualapa; los Regidores Pedro Estévez y José Espiridión Cervantes; y los señores Evaristo E. González, José Domínguez Castañeda, Zenón Hesiquio, Vidal Martínez, Juan de los Ángeles, José Cecilio Domínguez y otros, todos de Igualapa: Francisco Sosa, de Acatepec; y Domingo Guzmán, de La Soledad, por exigir el reparto de tierras programado por el movimiento revolucionario de 1910».

Agrega López Victoria: «Este último, revolcándose en su propia sangre y no obstante de haber recibido el “tiro de gracia”, al quedar abandonado con los cadáveres de sus compañeros de infortunio, sobrevivió providencialmente y, arrastrándose entre la maleza, pudo ponerse a salvo. Se trasladó a Igualapa y fue portador de la triste novedad de la pérdida de los caracterizados ciudadanos de ese pueblo». E informa: «Por su parte Estévez, en el camino de Ometepec a Lo de Soto envió al paredón a los capitanes Vicente Domínguez y Clemente Martínez, al teniente Nicolás Carmona y a los señores Aristeo Juárez, Marcial y Manuel Álvarez, Pedro y Juan Marroquín y Domingo Guzmán, este último nativo de La Soledad».

Esta masacre fue el comienzo de una ofensiva emprendida por los terratenientes de Ometepec en contra de la revolución de los campesinos de Guerrero por recuperar sus tierras comunales; la ordenó quien, primero, fue su líder, el maderista Enrique Añorve Díaz.

Según el historiador Renato Ravelo, «a partir de este suceso, los grupos campesinos no pudieron radicar más en sus pueblos, buscaron campamentos, refugios y las formas de sobrevivir en el monte. Recorrieron toda la costa buscando organizar a sus colegas antiterratenientes y los encontraron en Azoyú, Cuautepec, San Luis Acatlán, Copala y Tecoanapa, donde las represalias de los terratenientes también habían obligado a los grupos más rebeldes a mantenerse sobre las armas; juntos ahora golpearon a ricos y caciques».

En el caso de Cuajinicuilapa, el movimiento de los pueblos para recuperar sus títulos no tuvo eco; sin embargo, los insurrectos sí incursionaron en la zona, causando daños en la hacienda Miller: «El ganado disminuyó sacrificado por los revolucionarios. Los indios mataban las reses sólo para utilizar la grasa. El cuero y la carne se pudrían en los campos o servía como alimento a los zopilotes ahítos. Los campos sembrados de algodón fueron arrasados. Ni un petate de algodón volvió a ser introducido a la casa de la Hacienda. Las máquinas desmontadoras fueron destruidas», según Aguirre Beltrán. Los zapatistas cuijleños entrarían a pelear las tierras contra German Miller, el terrateniente, hasta 1913.

Por su parte, Añorve Díaz, amargado y decepcionado por los malos tratos recibidos por Madero y los Figueroa, quienes encabezaban el movimiento en Guerrero, viajó a Puebla, donde murió de pulmonía el 30 de diciembre de ese año, dejando trunco su deseo de seguir en “la bola”, ahora bajo el mando de Zapata.

Sobre este final, anotó López Victoria: «También analizó Añorve las injusticias cometidas por la Revolución triunfante para con sus espontáneos y esforzados soldados que, en su mayoría, se encontraban sumidos en aterradora pobreza por haber perdido sus propiedades al levantarse en armas. Y, consecuentemente, el propio jefe costeño escribió desde la Angelópolis al capitán Rafael Guillén, que residía en Ometepec, y le previno que entrara en pláticas con los principales dirigentes del pueblo, con la finalidad de reorganizar a las antiguas fuerzas maderistas para que, una vez armadas, se alistaran a revolucionar bajo la bandera e ideales de Emiliano Zapata, tan pronto como Añorve regresara a la Costa Chica y a donde se dirigiría».


 [20/XI/2007]

jueves, 5 de noviembre de 2020

BUSCAN PRESERVAR LA TRADICIÓN DE LOS SONES DE MUERTOS DE XOCHISTLAHUACA

1 de noviembre de 2020

Xochistlahuaca


A los espíritus de muerto de Xochistlahuaca los acompañan los sones de violín y jarana en su regreso a la dimensión donde viven sus parientes, en estos días de ritos, ceremonias, flores, comida, cuetes, rezos y bebidas.

Pero no todas las personas del municipio de Xochistlahuaca acuden a ese ritual; muchas de ellas ni siquiera lo conocen, sobre todo los más jóvenes y quienes viven en la zona urbanizada (precariamente), como el centro de la cabecera municipal, Cozoyoapan y Guadalupe Victoria, localidades de orografía sinuosa.

Desde hace un año, un grupo de músicos viejos y jóvenes y niños ha estado actuando para devolverle trascendencia social en el municipio a los sones de violín y jarana, los cuales acompañaban regularmente a los difuntos y a sus deudos, tanto en los velorios, como en el trayecto de los cortejos de enterramientos.

Era la contribución de los músicos a su comunidad —comenta César López Catsuu, en entrevista con Trinchera (la que se realiza en su casa). Y ahora pretenden que su trascendencia se restituya.

En los sones, la esencia del ser amuzgo

En los últimos diez años, algunos jóvenes letrados de Xochis se habían dado cuenta de este fenómeno, de la disminución de la relevancia social de estas músicas, mengua atribuida a la urbanización y mestización, tanto de quienes pretenden dejar de ser indígenas —por la discriminación y el racismo al que se ven sometidos—, como de otros que prefieren otras músicas, las comerciales, que han proliferado a partir de la difusión masiva de las redes sociales y la propia red de internet, para parecer cosmopolitas.

Fenómeno éste que se ha dado en llamar pase de casta en la academia mexicana cuando trata asuntos de racismo y clasismo, de discriminación: no quieren ser como sus semejantes, sino como los de arriba de la pirámide social, a quienes imitan.

En general, las músicas propias comenzó a considerarse atrasadas, aburridas, sin interés; de gente pobre, de viejos, no apta para quienes comenzaron a mestizarse, para quienes optaron por utilizar el español y dejar de hablar la lengua cotidianamente —en el municipio se hablan el amuzgo y el nahua, siendo preponderante el primero.

En ese periodo, estos jóvenes ilustrados, conscientes de que en el habla y en esas músicas propias se encuentra la esencia del pasado y, por tanto, la esencia de lo que son, como individuos y como comunidad, intentaron “rescatarlas”, pero no pudieron revertir el proceso negativo. Uno de esos intentos se hizo desde el grupo que encabezaba el proyecto radiofónico La palabra del agua, el cual incluyó la realización de festivales de los sones de violín (a la jarana no se le incluía en la denominación, por considerarla un instrumento secundario en las músicas de velorios y de cortejos fúnebres, y hasta en las propias celebraciones alegres, como los fandangos).

También, cincuenta años hará, la música del arpa se armonizaba con la del violín y la de la jarana para formar el séquito con que se ejecutaban los sones de acompañamiento de muertos; si a este grupo de tres se añadía el cajón, se pasa a la alegría del fandango, pero ahora, en 2020, sólo las cuerdas del violín y las de la jarana suenan acompasadas para aderezar la tristeza de los deudos. Hay, incluso, sones llamados de arpa, pero se tocan ahora con violín, y muchos de ellos se han ido con los músicos que fallecen, han dejado de formar parte de la memoria colectiva y de la historia de los amuzgos de Xochistlahuaca.

De la idea al proyecto: sinuoso viaje, y burocrático

En 2019, con la llegada del partido Morena al gobierno municipal, el pintor César López fue designado como director de Cultura; él y su hermano Irving, compositor y cantante, también compartieron la preocupación de ver cómo las músicas tradicionales de muertos en su municipio iban menguando, porque morían los músicos viejos y no eran reemplazados, porque los sones se tocaban cada vez menos en los velorios y enterramientos, y decidieron actuar, sobre todo el primero, quien vive en Xochistlahuaca.

Coincidió —cuenta César— que apareció una convocatoria del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas para obtener recursos y concretar proyectos como el que tenía en mente.

Y buscó a los músicos para convencerlos de entrar al proyecto, con el argumento de que volver a tocar esas músicas era importante para la vida comunitaria, que era una manera de aportar a la vida de la comunidad, y los convenció.

Después acudió a las localidades cercanas a la cabecera municipal para hablar con las gentes, en reuniones, e invitarlas a sumarse al proyecto y a comprometerse para enviar a niños y jóvenes a las clases de música tradicional de violín y jarana para acompañar a los muertos y sus deudos.

Esa labor le permitió sumar a los músicos Santiago Flores de los Santos, Ernesto Mateo Guadalupe, Diego García López y José Sixto Jiménez López como los representantes del grupo, para los asuntos formales y legales; sus edades fluctúan entre los 80 y 60 años.

Así, enlistaron a unos sesenta muchachos y muchachas para aprender a tocar.

En Cumbre de San José se inscribieron doce muchachos, quedando como maestro el mencionado Flores de los Santos. En Arroyo Blanquillo, cuatro hombres; maestro: Tadeo Gómez Otilia. En mero Xochistlahuaca, ocho mujeres y siete varones, con Ernesto Mateo como profesor.

Y él, César Catsuu López, como coordinador y responsable del proyecto de actualización de estas músicas; en consecuencia, presentaron ante el INPI una solicitud de recursos para comprar veinticinco violines y veinticinco jaranas para enseñar a los aprendices a tocar los sones.

Incluso, el propio César se inscribió a los talleres para aprender violín, como una manera de estimular a los muchachos para que participaran y no abandonaran las clases.

En este intento, a este grupo se les atravesó ese elefante reumático al que tanto alude el presidente de la República, la burocracia; en este caso, la burocracia indígena local, estuvo condensada en un funcionario del INPI que atiende a sus hermanos en Ometepec.

Reunieron la documentación requerida —narra César—, obtuvieron el aval de Daniel Sánchez Néstor, el presidente municipal, y acudieron (un par de ellos) a entregarla. Entregada, les aseguró el funcionario hermano indígena que todo estaba bien, que solamente quedaba esperar el veredicto de las autoridades federales para saber si había sido aceptado y apoyado el proyecto.

Y un par de días, tal vez en menos tiempo, el hermano funcionario les habló para decirles que faltaba el documento X; y lo llevaron, y lo recibió y revisó, y aseguró nuevamente que todo estaba bien, en orden.

En unos cuantos días más, el hermano indígena volvió a llamarlos para cuestionar por qué no respondieron la pregunta Y, siendo que, en la entrevista que tuvieron con él, dijo que ya estaban contestadas todas las preguntas requeridas; regresaron, contestaron la faltante, y volvió a asegurarles que todo estaba bien, que no se preocuparan.

—Mano, yo casi me desespero y boto todo, porque volvió a hablarnos, que ahora no sé qué —recuerda Catssu—, pero don Ernesto me dijo que no importaba las trabas que nos pusieran, que no nos íbamos a dar por vencidos, y volvimos, y cumplimos cada pedimento que nos hizo. Hasta parecía capricho. Al fin, terminamos y la documentación se envió a Ciudad de México.

Vencieron al elefante reumático.

Salieron beneficiados: el gobierno federal iba a darles dinero para los instrumentos. Siguieron otros obstáculos, como ir a la ciudad por el dinero, por los instrumentos, etcétera; sin embargo, el Ayuntamiento los apoyó con recursos para transportarse, etcétera, lo que los ayudó a no desistir.

Una vez con el dinero en mano, fueron a una tienda de música de Ometepec a encargarlos; y cuando estos llegaron, don Ernesto se entretuvo en revisar cada cuerda, cada traste, cada clavija, cada detalle de los cincuenta instrumentos de madera y cuerdas (y algo de metal), hasta quedar conforme, después de varias horas de estar pulseándolos.

Hasta que quedó contento.

La apuesta a la permanencia, y a la abundancia

César Catsuu piensa que el trabajo realizado desde hace un año para devolver relevancia social a estas músicas es el inicio de un proceso mayor y a largo plazo; el hecho de que las autoridades locales (incluido él mismo) hayan apoyado de manera importante el proyecto, éste no debe terminar cuando concluya la administración del morenista Daniel Sánchez.

—Queremos que esto continúe, que se suman más jóvenes, más niños; que la gente de las comunidades lo continúe cobijando, porque esto es suyo. Y uno ve que sí ha tenido algunos resultados positivos, como en el caso de un muchacho que se vino de otra localidad a vivir a Xochistlahuaca, donde trabaja y estudió la preparatoria; tiene unos diecinueve, veinte, años —relata el coordinador.
Este muchacho —abunda— está ocupado todo el día, trabajando y estudiando, pero se da tiempo para acudir un rato al taller y aprender algo; le dejan algún son para practicar, y él lo hace en el tiempo que puede, y cuando regresa se ve luego un avance en su manera de tocar, saca la pieza que le dejaron para aprenderse. Eso da gusto, mano.
En las localidades Arroyo Blanquillo y Cumbre San José los aprendices acuden a la casa del maestro, quien los atiende en sus tiempos sin trabajo, quien utiliza sus ratos desocupados en poner su sapiencia y su paciencia para enseñarlos: es su contribución a la comunidad.
En Xochis, el taller inició a funcionar en la oficina de la dirección de Cultura, un espacio pequeño, con escasa ventilación y, por lo mismo, acalorado.
—Los muchachos están motivados y emocionados por aprender —relata Catsuu—, sobre todo los de Xochis, porque el maestro los motiva, los alienta, les dice que podrán superarlo, y ellos responden y se aplican. Da gusto estar al frente de este proyecto, porque, además, va a continuar, vamos a seguir con él después que dejemos el cargo, de que esta administración concluya, porque este proyecto debe trascender este gobierno.
Los muchachos todavía no tocan en público, pero ya se está pensando en hacer una demostración de lo que han aprendido hasta ahora.
Desde mediados de septiembre, después de que el Ayuntamiento rehabilitó un viejo auditorio ubicado en el centro de la población, por sugerencia y petición de César, allí se ha trasladado el taller de sones de violín y jarana para trabajar con más comodidad y menos calor.
El alcalde de Xochistlahuaca está contento: —No hay en toda la Costa Chica un director de Cultura como el que nosotros tenemos, no me cabe duda —presume.
Como parte de este proyecto, César e Irving y otros amigos suyos han estado grabando sones y otras músicas del longevo y festivo maestro Ernesto Mateo (tiene 79 años), quien ha compuesto muchos, cientos, tal vez más de mil sones, algunos de los cuales ni siquiera tienen nombre, pero que siguen en su cabeza, en sus dedos, en sus manos, en su corazón, y ahora unos ciento cincuenta ya están soportados, ya están grabados, y forman parte del acervo de esa comunidad amuzga.
El sábado pasado, los espíritus de muerto de los niños estuvieron acompañados en su camino a la casa agraria, ceremonia que se hizo a las 12 h. del día; el domingo, los músicos volvieron a acompañarlos en su regreso al panteón, y se devolvieron con los muertos grandes, los adultos, quienes también serán acompañados en su reingreso el mediodía del lunes.
La apuesta de César y sus compañeros es que esta tradición recupere su trascendencia y que perdure por mucho tiempo, no sólo en la memoria, sino en la vida comunitaria de Xochistlahuaca.

[Eduardo Añorve · Semanario Trinchera no. 1030]