viernes, 30 de enero de 2009

Cangrejito playero_01



A cargo de Los Monstruos del Trópico, alias El Acapulco o Acapulco Tropical, una versión de uno de sus éxitos: Cangrejito playero. El Acapulco fue un grupo independiente (costeaba sus propios LP) y undergraun, cuyas presentaciones en público eran masivas. Su estilo era una amasijo de individualidades ingenuas e inexpertas en la música; sin embargo, a pesar de sus presuntas obscenidades musicales, conseguían que todo mundo bailara (hasta los cultos, pues) su pegoiste música, y hasta la cantara. Forman parte de la primera invasión de la cumbia y el bolero costeños, híbrido afroindio, hacia el Altiplano, el país y hasta Latinoamérica.

jueves, 15 de enero de 2009

¿Polémicos? A mí, mis timbres...


DEL PÍCARO MEMÍN
Para Betsy, que no es negra
¿Po qué te pone tan brabo,
cuando te disen negro bembón,
si tiene la boca santa,
negro bembón?
Nicolás Guillén

Once upon a time in the cuijlanean wild western, o sea que en el siglo dorado de la leperatura mecsicana, leída y no escrita en mi pueblito, (y si alguien sabe cuál es, pos que lo vomite, el número de siglo, pues), una la mujer émula de… ¡No! ¡Comencemos por el comienzo! ¡Va que va! ¡Viene que viene!
¿Quién más autorizado que el mismo Memín para hablar de estos temas?, me dijo uno de mi pueblo cuando vio el retrato que no traigo en mi cartera sino aparecido en la contraportada de El Sur hace algunos días. ¡Versos!, pensé al unísono. ¿Cómo está eso? No me vayan a salir con la chingadera de que yo soy negro. ¡Versos! Pa’ eso tenemos a los de SanNicolás, a los del Pitahayo (no bien mirado pero sí pensándolo con despacio, ambas gentes son como de la misma familia). Y eso sin contar a los del Barrio de la campana, del antiguo Barrio del gato, del Barrio abajo, del Barrio de la banda, aquí nomás en Cuaji. Y si salimos a otros pueblos: Montecillos, Tapexla, Santo Domingo, Collantes, Barajillas, Cerro de las Tablas, Huehuetán y Juchitán, Marquelia, Copala, Cruz Grande… ¡Púmbales! Mejor le paro.
En efecto, lector carísimo. Me llevaría tres semanas enumerando a la negridad en Guerrero, sin excluir a naiden, y puede que miente hasta a los de Acapulquito. ¡Dioses! Clamé en mi soliloquio. Más negro está Sergio y nadie lo compara con el pinche de Memín. Ahora que lo que reconsidero, concluyo que él ha de ser negro fino y, por lo mismo, no lo comparan con el pinche que soy yo. O sea: Memín “El Negro” Pingüín.
Sólo que yo me leí a todo Memín en aquellos tiempos, y no me consideré negro como él. O pior: ¿Será que esas fueron mis enseñanzas? ¿A la mejor ese pinche chamaquito me educó para ser el deslenguado y desmadroso niño malcriado que ahora soy, con cara de adulto? Mire usté lector, yo también soy hijo de barranca como Memín, no hijo de matrimonio legítimo. Y si mi Eufrosina madre no es gorda ni usa pañuelo en la cabeza para cubrir su cuculustez, no por ello deja de ser negra, aunque descienda de un padre blanco. Digo “negra” ahora, y me refiero exclusivamente al color de la piel. No es un concepto racial o cultural. Si Memín viviera en carne y hueso, seguro que le apostrofaría “afromexicano”. Y si fuera de la Costa Chica, sería costeño; y si de Cuaji, cuijleño. Aunque no tendría, cuando menos en nuestras tierras, que andarse afirmando como negro ante nadie.
El méndigo de Memín es un pícaro, un lépero, un cabroncito. Engendro de ficción y ente colectivo, como ese otro ilustre negro: José Vasconcelos, el afamado negrito poeta; y travieso como hijo del Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi; primo tal vez del Negrito Sandía y el Negrito Bailarín; pariente del Jicote Aguamielero, del Comal y la Olla; enmaridado con Cucurumbé, la negrita, y enqueridatado con las cri-crianas negras Cleta Dominga y Teté, cuando menos (y otros engendros renegridos que parió la imaginación de Gabilondo Soler). Que se deba discutir el contenido de la historieta que Vargas Dulché creó, está bien. Pero es perverso que no se discuta antes, por ejemplo, el contenido de los libros de historia oficiales, donde los negros reales no existen, a pesar de ser tan visibles algunos como Morelos, Guerrero, Juan Álvarez, Zapata y Cárdenas, forjadores, incluso, de la nacionalidad mexicana (signifique lo que signifique); o indagar que tan cierto es el comentario de Juan de Dios Peza sobre el tixtleco Ignacio Manuel Altamirano, por citar a un héroe estatal indiscutible, de quien expresa que proviene de una familia “sumamente pobre y oscura”. Rehacer, por ejemplo, el libro de historia y geografía del estado de Guerrero, donde se sigue hablando, discriminatoriamente, del encuentro de dos culturas, como si la aportación cultural, histórica y económica de los africanos y sus descendientes al país fuese cosa pequeña. ¿Por qué no decir abiertamente, por ejemplo, que a Vicente Guerrero lo derrocaron de la presidencia por ser negro?
Que Memín sea trompudo, chaparro, pelón, y demás, no le impide comportarse como un personaje, como una persona. Finalmente, y esa es la visión de la autora, es un ser humano, contradictorio, amoroso, amistoso, travieso, solidario, flojo, mentiroso… un niño más o menos normal, pues. Y podemos estar de acuerdo o no con ello o con la ideología de la autora, pero el afecto que se le tiene a Memín no desaparece porque estén pintados (él y su gorda madre) con la aviesa finalidad de resaltarlos; una de las reglas de los personajes es esa: tener características distintivas que los fijen en la mente del lector, en este caso. En todo caso, si la mercancía no le gusta ni va a comprar, no la mallugue.
Ahora que se han asentado los polvos discursivos por la emisión de la estampilla de Memín, recupero estas ideas para reflexionar, tal vez, más cómodamente porque las pasiones suscitadas se han enfriado. En realidad, con todos quienes pude hablar sobre el sí o el no de la ofensa racial que implicaba o podría implicar la tal estampilla (que ni siquiera conozco en objeto porque por estos rumbos negrunos no la surtieron), nunca escuché a alguno manifestarse en desacuerdo o darle demasiada importancia al asunto meminesco. A la mayoría de ellos les cae en gracia, les divierte el monito; algunos, incluso, se identifican con él, o sea conmigo, porque, como dijo uno, me parezco a Memín, y hasta lo que digo les cae en gracia o les gusta. Y ahora sí no me ofendí al ser comparado con un negro, y no tanto por la fama del negrito ese sino porque si eso soy, eso soy, pues, con todo y que la picardía no se me da bien. Imagino que he de seguir probando.