viernes, 14 de marzo de 2014

INDALECIO RAMÍREZ, EL TACITURNO

Distrito Federal. Es el café San José, cercano a la XEW, La voz de América Latina desde México. La mesa está en un rincón, al fondo del establecimiento: sitio privilegiado, donde han sido escritas muchas de las canciones de Indalecio Ramírez. Es el jueves 10 de julio [de 1999]. Son casi las dos de la tarde. El maestro y yo conversamos.

 





















El principio
—¿De Igualapa es usted?
—De Igualapa…
—¿Cuándo nació?
—El 19 de febrero de 1927.
—De familia de músicos…
—Mi padre fue músico, pero era de Ometepec…
—Un gran músico…
—Sí…
—De él viene la herencia…
—Posiblemente. Sí, mi padre fue un valor guerrerense, reconocido. Y como compositor hizo algunas chilenas de allá… famosas que son ya ahorita… Verdad de Dios, La talapeña
—Él tocó, incluso, con Zitarroza…
—Estuvo con Zitarroza alguna vez. Creo que se vieron en Cuernavaca. Yo estuve con Zitarroza, pero aquí, en su casa.
—¿Desde cuándo ha estado usted componiendo sus canciones?
—¡Uh! Desde que tenía dieciocho años. Ya en forma, es decir, comercialmente, desde los años sesenta.
—¿La primera canción comercial que se le grabó?
Rosa negra. La grabó un trío que se llamaba Los andariegos, de Guerrero. Después ya vino don Juan Mendoza; ese era un artista ya conocido. La canción se llamó Soy cobarde.

Álvaro Carrillo aparece
—¿Cómo llegó usted acá?
—Es de todos sabidos… de todos los costeños es sabido que a mí me trajo el ingeniero Álvaro Carrillo. Él siempre llegaba en las navidades a casa de don Salvador Añorve Herrera, papá del Güero Añorve Reina, en paz descanse mi compadre. Ahí llegaba, y mi compadre le habló de mí al ingeniero. Entonces yo tomaba mucho. Dijo que yo dejara de beber un año, después de oír mis canciones que yo hacía allá, chilenas y todo, ¿no? Pasó ese año, y dijo que dejara otro, para no reincidir. Y fue así que en el año de 1960 yo llegué a la ciudad de México, a Peralvillo; allá tenía un negocio el ingeniero, creo que se llamaba Las Palmas. Había un hotel grande y ahí vivía él, y en el sótano tenía su negocio. Allí llegué. Como al año, dos años, tiraron todo eso porque pasó la calle de Reforma. Y de ahí para acá, he vivido aquí.
—¿Qué compositor le gusta?
—Desde siempre tenemos que admirar a alguien en la vida. Para mí, el ingeniero Álvaro Carrillo, Después de él, Armando Manzanero.
—José Agustín Ramírez, ¿qué le parece?
—Muy completo, muy guerrerense en el aspecto que le cantó como nadie al estado de Guerrero. Pudo haber sido internacional pero se dedicó a cantarle como nadie a Guerrero, como nadie le había cantado, ni le ha cantado ni le cantará, tal vez. Era único.
—¿Algún cantante que le guste?
—Todos van pasando. Los que me gustan a mí ya se murieron. Por ejemplo Carlos Madrigal, que le decían El Yoni; era hondureño, pero se hacía pasar por veracruzano, jarocho, de Alvarado…
—Como el maestro Lara…
—Bueno, pero el maestro siquiera era mexicano. Él era único. Generaciones y generaciones se toman, de alguna manera, machotes o… Es decir, todos acudimos a él, porque fue de los primeros. Un romántico de aquellos que ya no hay. Como bolerista, yo que me dedico al bolero también, yo admiré y sigo admirando al maestro Álvaro Carrillo, pero él, a la vez, por ser primero el maestro Lara, tuvo que recoger algo de él.

Inspiración y creación
—¿Cómo hace para componer? ¿En qué se inspira?
—No, pues esto es cosa que Dios te da. Estar justamente en el momento, en el momento de escribir. Porque, cuentan algunos amigos que son constructores de canciones, y las hacen bien; hacen hasta un LP; había un señor que así lo hacía. Un LP siempre consta de doce o de diez; de aquellos; de ahora les metes hasta las que quieras. Ésa es mi forma de componer, cuando tengo la idea debo tener el momento de hacer aquello, si no ni a mí me gusta. No sale bien, salen versos muertos.
—¿Y cómo le llega la idea?
—No, la idea se busca. Se busca o… Son vivencias, pocas. Lo demás es cosa de trabajo. Sería, también, una tragedia grande para cualquier autor que a él todo le hubiera pasado. No, no es posible. En mi caso, yo siempre escribía lo que me pasaba o oía a algún amigo que su caso era igual que el mío, yo lo hacía mío, o lo hago mío, ¿no?, porque sigo escribiendo. En esta mesa es donde hice mis mejores canciones. Muchas, vaya. Porque yo viví por aquí, frente al cine Teresa; allí vivía yo. Después de ir a promover a la grabadora, ya me venía aquí, al café. Hace cuarenta y tres años que visito yo aquí.
—¿Toca usted?
—Toco guitarra.
—Se dice que aprendió usted rústicamente…
—Soy empírico, esa es la palabra. Por allá le decimos lírico. Lírico es el poeta que es espontáneo; es decir, que habla en prosa pero es espontáneo, no tiene medida no tiene patrón; habla de lo bello o de lo feo, como quiera…
—¿Lee poesía o cosas por el estilo?
—No, no, no. Yo no uso ningún libro ni nada, y soy el único, hasta ahora, que no soy académico ni nada. Porque el sentimiento no va a la escuela, no hay escuela para compositores. Eso es cosa que Dios te regala, un sentir especial para hacer tus cosas. No se trata de hacer versos; hay muchos versistas. Esto se trata de canciones, canciones que tienen que resumir en cuatro cuartetas toda la historia de lo que quieras decir.
—¿Cómo sabe que una historia vale la pena ser contada?
—Porque tú la sientes, tú la estás creando. Estás hablando de ti, de tus vivencias… que alguna vez hayas tenido. Yo tengo más de mil canciones hechas.

De canciones e intérpretes
—¿Ha publicado todas sus canciones?
—No, apenas como trescientas.
—¿Alguna que le guste?
—Todas me gustan. Lo único que te sé decir, es que mis canciones… es decir, la que me dio a conocer, se llama Una limosna. Y si las canciones hablaran, así como nosotros, posiblemente me echaría en cara todos los días, porque no me gusta Una limosna; sin embargo es la que me ha dado a conocer donde quiera. El nombre, me entiendes. Porque es internacional; la han grabado en todo el mundo, en muchos idiomas. Yo guardo las versiones más trascendentes, de mi carrera. Me han grabado tanto; y uno cree que cuando están los discos van a existir siempre; y hay que guardar una siquiera. Yo no tengo todos los discos, los tengo en papeles.
—¿Cuál de sus intérpretes le gusta?
—Gente que no me han grabado. De veras. Me gustaría que me hubiera grabado uno de mi tierra, un joven que hasta ya se murió, de Igualapa, cantaba muy bonito para mi gusto. Se llamaba Zenaido. Ahorita, el que canta mis canciones bonito es el teniente Ramiro Aparicio, de Igualapa. Él no se dedica a la música, lo hace por gusto, y me gusta porque es un sentir del sur, digamos, como el mío. Aquí te graban comercialmente. De los que han muerto, por ejemplo, Juanito Mendoza era muy sentido. Los demás merecen mi respeto y mi gratitud porque me han grabado. Hasta el mismo don Vicente Fernández, que es bravío, ha grabado cosas que me gustan. Él me ha grabado como unas dieciséis canciones; su hijo también me ha grabado.

Indalecio tiene ojos claros. Es amable. Habla con pausa, tranquilamente. Parece más joven de lo que es. No parece indio.

La verdad bohemia
—¿Deja dinero eso de ser compositor?
—Si te graba uno que tenga nombre como Vicente, ser compositor o artista… y hacerle frente a esta ciudad ya eres un triunfador, nomás con que vivas en la ciudad. Yo no me quejo; he sido triunfador desde que permanezco aquí. Tengo 43 años de vivir en la ciudad, 20 años aquí en el centro y 23 allá donde tengo mi casa, en la delegación Tláhuac.
—¿Alguno de sus hijos heredó su talento?
—Uno de ellos, José, ya fallecido, cantaba. De los otros, ninguno.
—Usted sí heredo de su padre…
—Posiblemente. Es decir, es mi padre y tal vez algo se herede, aunque lo nuestro es distinto: él es un gran chilenero, un gran músico en su guitarra. Yo soy bolerista, he hecho dos chilenas solamente. Puro bolero, porque eso es lo que siento.
—Es romántico…
—Sí.
—¿Se ha enamorado mucho?
—Ni tanto, con una vez que enamores ya te apendejas, y ya. (Se ríe. Nos reímos)
—¿Han habido muchas mujeres?
—Lo necesario. Yo no fui un… A mí Dios me dio lo que necesitaba solamente.
—¿Le escribió a las mujeres que amaba?
—Muy poco. Cada canción tiene su historia… Yo escribo lo que me llega al corazón. Fui borracho antes; cuando yo bebía venían unas ideas bonitas, pero se embotan los pensamientos y no las llevas a cabo. Al menos en mí, yo todo lo he hecho ya en juicio. Necesito tener el por qué voy a escribir, el motivo, aunque sean experiencias de otras personas, pero tiene que parecerse a lo mío.
—¿Ha hecho canciones por encargo?
—No. Nada. He escrito para mi guitarra… Grabaciones, sólo he hecho un disco para la RCA Víctor, porque me mandaron a llamar. Nunca me gustó grabar yo, y cantaba bien… Es lo único he grabado. Bueno, últimamente grabamos entre dieciséis artistas el disco La verdad de la bohemia, y se hizo tal como se sucede cuando estás con los amigos, ya sabes, estás cantando… Que te turbaste, te equivocaste, así sucede, es la verdad de la bohemia, no regresas a arreglarlo…
—¿Convivió con los bohemios de Ometepec, los Aguirre..?
—Ajá. Sí. Yo convivía con los borrachos… La guitarra, toda mi vida… andaba allá de apogeo, en la tomadera.
—¿Qué canciones le gustaba escuchar en su juventud?
—Julio Jaramillo, ese me gusta mucho. Yo soy triste, por cierto… mis canciones, mi forma de decir. Se ha dicho que uno nunca está solo en verdad, aunque esté en un monte, allá; tienes tus recuerdos, tus ideas, tus creencias.

El proyecto para culminar
—¿Se quedará a vivir en el Distrito? ¿Regresará a Igualapa?
—Ya me quedé a vivir aquí, aquí está mi trabajo, aquí me gano la vida. En mi tierra existe ahora un movimiento grande. Yo tengo sesenta y seis años, y nunca había hecho nada por mi pueblo. Ahora opté porque se haga la casa de la cultura, compré un terreno, convoqué a todos los profesionistas de Igualapa para ver si le entrábamos porque yo no iba a poder. Y le entraron. Se va a llamar Maestros por cooperación, Igualapa, Gro… porque, en aquellos tiempos estábamos incomunicados, hasta el cuarenta y nueve que abrieron brecha para allá. No había mucha escuela. Esas damas que aprendieron, esos señores, ya los alquilaban de las cuadrillas, el Comisario o alguien que pensaba que había que estudiar buscaban a esos señores, damas, jóvenes, que fueran a darle las primeras letras a los niños. Porque ves que puedes leer mejor que los que están en las escuelas, pero tu saber allá no vale para nada si no tienes título… Entonces, a esa gente le pagaban con maíz, frijol, gallina, un cuche… Esa es la cooperación.
—¿Y cómo le surgió la idea?
—Piensa que los pueblos que no tienen cultura no crecen nunca. Yo quiero que mi pueblo crezca, culturalmente cuando menos. Te manda cualquiera, nomás porque es rico… Ves al pueblo de Ometepec, que tienen el poder; ellos tuvieron más cultura.
—¿Qué recuerda de Igualapa?
—La comida, por ejemplo; las picaditas con queso y salsa nomás, el boje asado…
—¿Y que extraña?
—Todo se extraña. En mi caso ya no tengo nada en la vida, más que mi pueblo, y mi proyecto que hoy ya es del pueblo. Ahora andamos buscando entrevistarnos con el señor Gobernador para ver que nos ayuden. Eso es mucho y es poco, porque tenemos que trabajar todos. Yo pagué el terreno y todo lo legal, los trámites, el notario. Soy el donador, el iniciador, o no sé qué… Somos una asociación civil. Ya tenemos los planos, la maqueta. Todo se ha hecho por cooperación. Pero lo más grande que el dinero es la voluntad, el deseo de cooperar, de trabajar, que te hagan caso, que te ayuden. Yo no quiero que mi pueblo dé un peso, que den trabajo, la mano de obra, la fajina. Ahora en junio, la Universidad de Guerrero me dio un trofeo, y la promesa de dar su parte, lo que le corresponda, para la casa de la cultura.

El taciturno indio de Igualapa
—¿Cuánto tiempo tarda haciendo una canción?
—Canciones como Una moneda la hice en un cuarto de hora. Otras me tardo hasta un año, porque no me gustan y ahí las dejo… Las canciones que salen rápido son las mejores, porque las otras las piensas y las piensas, no te gustan. Tengo muchos comienzos en mi casa, grabados o escritos.
—¿Escribe a mano?
—Sí, aunque algunas las grabo ahora. En otros tiempos tuve que aprender un poco de música, en Azoyú, antes de venirme. Yo me gané un concurso estatal me gané el primer con El indio suriano
—¿De ahí viene el apelativo que le dan?
—No, había que concursar con seudónimo y yo me puse El indio de Igualapa. Y ya, últimamente, Martín Urieta me puso El taciturno indio de Igualapa. Con la canción Igualapa me gané el tercer lugar en el mismo concurso. El tercero se lo dieron a otro, pero yo me lo gané.
—Me decía que aprendió música en Azoyú…
—Sí, con el maestro Tancho. Para poder escribir las patitas, digo, de las melodías. Yo hago la música y la letra; los arreglos los hace otra persona, un arreglista. Yo entrego mi guión y ya; lo demás lo hacen otros.
—¿Los artistas le solicitan canciones?
—Claro. Yo acabo estar con Pepe Aguilar once meses en primer lugar de las listas de popularidad con mi canción Que sepan todos. Esa fue grabada originalmente por el señor Vicente Fernández en el noventa y dos. Todo mundo casi se la aprendió como él, pero duró más con Pepe.
—¿Y cómo le pagan?
—Me pagan regalías. Ahora estoy trabajando para mí, con la Sociedad de Compositores y Autores de México; yo trabajé muchos años para las editoras: te cobran el cincuenta por ciento, y tú tienes que hacerlo si quieres ver tu nombre en el disco. Son casas que no deberían existir, pero existen. Te explotan.
—¿Ha pensado en grabar un disco con sus canciones favoritas?
—Claro que lo quisiera, pero ya en estos tiempos… Cuando me buscaban nunca quise, es decir, podía hacerlo…
—¿No cree que los compositores interpretan sus canciones con más autenticidad que los cantantes?
—Sí, a mí me gusta mucho Álvaro Carrillo porque las dice como las hizo, como las sintió. O el maestro Lara porque, aunque no tiene voz, pero dice bonito sus cosas.
—Manzanero…
—Claro. Acabamos de estar en Acapulco, me echaron la mano para reunir dinero para la casa de la cultura.
—Sí, en El Sur publicaron que…
—…se llenó la mitad, fueron como quinientas personas. Muchos de mi pueblo anduvieron allí, pero no se fueron a sentar, estaban ayudando; otra gente compró su boleto pero no fue. Pero sí hubo cooperación. En El Sur dijeron que fue un fraude, que no sé qué… Eso no es cierto. Para los periodistas, pues… Como no vieron… Ni la Sinfónica que es de da’o, no van a verla; apenas unos cuantos. Por la cultura nadie hace nada. Todos los políticos lo que hacen es, los de mi pueblo, pues, comprar ganado, encierros…
—¿Tiene partido?
—No. Yo voy a votar porque soy un ciudadano, pero yo no milito en algún partido. La cultura como las canciones no tienen partido.

Indalecio Ramírez, El taciturno, gusta de hablar; la conversación le emociona. Sus ojos se iluminan cuando responde. La sonrisa es frecuente en sus labios. Mueve poco las manos. Es un hombre seguro de sí mismo, y respetuoso.

Responsabilidad y admiración
—Cuando escribe, ¿piensa en quienes puedan escucharlo?
—El pueblo, pues, la gente que conoce mi línea. Nunca pienso en quien va a cantar lo que compongo. La gente se identifica con mis canciones porque puede ser que esté terminando con ese ser querido o viceversa, estás empezando con ella. Y por eso se hacen inolvidables las canciones, y luego se asocia: “Fue cuando yo conocí a fulana…”. Aunque no se ha declarado quién es mejor, si el que compone o el que escucha, porque es un arte saber oír. Para saber sentir, te tiene que doler. Las canciones se asocian de acuerdo a lo que hayas vivido, llegaba el amor a tu vida o se estaba despidiendo; todo es importante. Para eso es importante fijarse en la letra, más que en la música, porque te va a decir lo que tú hubieras querido decir.
—¿Es mucha responsabilidad escribir canciones, decir por otros?
—No, responsabilidad la tiene alguien que… En mi caso yo tengo cuarenta y tres años de ser reconocido y sigo escribiendo, por la gracia de Dios. Tengo la responsabilidad de no caer en el chocheo. Tienes que darle, cuando menos, lo mismo al pueblo; de lo contrario ya estás chocheando, estás diciendo tonteras, cosas que no deben ser, vaya.
—Pero hay una maduración a medida en que va pasando el tiempo y componiendo.
—Por lógica, ¿no? Se tiene un progreso. El que compone nunca debe tener envidia, de esas envidias que enferman el alma; que siempre sienta la misma envidia de superación. Y cuando escucha una canción muy hermosa y diga “¿De quién será? ¡Qué bonita está! Yo voy a ser otra, pero en mi estilo, como esa”.
—¿Y ha sentido envidia?
—¡Cómo no! Muchas, hay muchas canciones, en especial una argentina, de alguien que se pelea con su corazón, que está sufriendo y dice “el que tiene la culpa es este hijo ‘eputa”, pero lo dice con tanto sentimiento. Admiro también la honradez de la mujer de Chuy Rasgado, de doña Eladia; Chuy Rasgado, el de Naila. Resulta que había sido su esposo, su amor, lo que quieras; y cuando quiso hablarle de nuevo Chuy, ahí fue cuando ella respetó aquel amor tan grande: “No, no puedo, yo ya me embriagué con otro hombre, ya soy de otro hombre”. Eso dice la letra. “Tonta”, esa palabra cotidiana; para mí, encontró un acomodo. Ella se llamaba Eladia. En zapoteco “Na” quiere decir “doña”; es decir doña Ela. Pero nosotros nomás decimos Naila.

La música y la poesía
—¿Conoció a Julio Jaramillo?
—Tuve la oportunidad de conocerlo, de tratarlo, aquí en México, en Acapulco. Allá en Acapulco fui a verlo. Yo ya lo había conocido aquí en México. Con un amigo, Ramiro Reina Soto, que en paz descanse, fuimos a ver a Julio. A él lo echamos en medio, a Julio. Yo lo conocí, lo admiré mucho, admiré su forma de cantar; lo sigo admirando. Es de las voces propias de la música sudamericana.
—¿Se inspiró usted alguna vez en la música sudamericana?
—No. No porque yo lo viví, no hubo necesidad de conocer esos géneros. Allá se cultivaba el pasillo desde hace tiempo, desde que yo me empecé a fijar; esos son de siempre. Una canción que se llamaba… Sólo me acuerdo de la letra, que dice: En mis noches tan tristes,/ de mi jardín rosal/ yo traigo en mi cartera/ el mejor madrigal./ Dame a besar tu frente/ como preciada ofrenda/ para calmar la enorme/ locura de este mal./ Mira, mi corazón/ es un triste mendigo/ que vaga taciturno,/ errante y sin abrigo./ Si tú me amas de veras/ nunca me abandones,/ porque yo te daré mis canciones/ y a cambio de mis versos,/ amor, que me regales.
—¿Escucha música?
—¿Qué si escucho música? Yo oigo música cuando mi hija pone su música. Yo no estoy divorciado de la música moderna. Pero también mi hija tiene música de Chopin, de esa gente, ¿no? Y esa te relaja. A mí lo que me gusta son melodías como El padrino, instrumentales. Me gusta oír toda la música, pero eso en vía de trabajo: ranchera, tropical, norteña, lo que sea. Qué es lo que se está estilando en esa música.
—¿Ha hecho música tropical?
—No, las han hecho. Por ejemplo, Una moneda está grabada con Blanca Rosa Gil, una cubana. Pocas canciones se hacen para un género determinado. Aunque hay muchos como el maestro Homero Aguilar, que escribió para la Sonora Santanera. Toda música se puede hacer tropical, algunas se prestan más.
—Juan Gabriel es muy versátil…
—Sí, es muy grande, muy sabio, digo, para la industria.
—¿Y para usted?
—Tiene cosas buenas, que a mi gusto le guste. Canciones completas, completas, Amor eterno, por ejemplo, Lágrimas y lluvia. Canciones bonitas. Todo lo que hace es bonito, y que está completo. Tú sabes que en el Noa Noa son puros tururu, y que solamente él puede acomodar. Es un sabio, vaya.
—¿Y José Alfredo?
—No se diga. Es el maestro de todos los que hacen rancheras. Y para todos los que escribimos. Alguien que diga “yo voy a ser su sucesor”, nunca serán, basta que escriba más fino que él y ya no son, ya no son. Que escriban como él escribió está canijo; para el pueblo, vaya, y en qué forma y bonito.
—¿Usted tiene un estilo?
—Yo sí. Mis canciones se distinguen por la metáfora en el decir. Por ejemplo La hora ciega. Mis canciones siempre tienen aunque sea una palabrita, que me distingue en mi forma de escribir. La hora ciega tiene una metáfora muy bella, que es sencillita: Esperé la felicidad/ y llegó a mi soledad/ la vejez y los desengaños,/ y en el perchero del tiempo/ estoy colgando mis años. Eso es bonito. Hay canciones, poesías que llevan el ritmo; ésta no, ésta solamente con la música. Te puedo decir una con buen ritmo, que me grabó una puertorriqueña de nombre Lucecita, una que ganó un concurso internacional, una canción que se llama Géminis. Esa dice bonito: Porque todo aquello que no es de nadie, es tuyo, como es el cielo, las estrellas, cosas de poeta solamente.  Y ofrecer, que no empobrece, el dar es lo que aniquila. Entonces, le está proponiendo que si se queda, ¿no? Se llama, Si te quedas. Dice: Si te quedas,/ si me haces compañía,/ un sol adolescente te daré cada día./ Si te quedas/ un crepúsculo nuevo/ te daré cada tarde./ Si  te quedas a realizar mi anhelo,/ despintaré la noche para teñir tu pelo./ Si te quedas,/ te daré lo más bello:/ un collar de mañanas/ para adornar tu cuello.
—¿Se considera un poeta?
—No. Me nombran. Yo no… Se me ha dicho que soy un buen letrista, que eso contenga poesía, figuras, no las busco, así nacen. Me preguntan que cómo le hago. Yo no sé, yo les digo que esa es la consecuencia de no tener un amplio español; acudo a las metáforas.
—…y en el perchero del tiempo/ estoy colgando mis años
—Sí, es una metáfora bien hecha, es muy sencilla. Yo salgo mejor con eso que un español recto y elegante. Me valgo de las metáforas porque así nacen.
—¿Usted no usa la poesía popular de la Costa Chica?
—Yo admiro mucho a Joaquín Álvarez Añorve, cuando dice: …y en una ‘maca jolluda.., con todo el acento nuestro, igual que chirundo y todo eso. Pero esa no es mi línea, a mí no se me da. Sería tanto no escribir lo que me gusta. Yo escribo lo que me gusta y pienso que, para aquello, hay otros que lo hacen mejor, porque esa es su línea. Me gusta escucharla porque yo he vivido entre eso: chueco, chirundo, pateco y chando…
—¿Y la poesía de Álvaro Carrillo?
—No. Él era muy grande, muy lírico, tenía mucha cultura. Y era un gran costeño; le gustaba mucho el hecho de “vamos a beber en la misma media de aguardiente”. Era muy dado a la paisanada. Y un gran culto. Se ha dicho que para que tú puedas calificar a alguien debes saber cuando menos igual, o de lo contrario ser de una cultura mayor. En mi caso yo lo digo porque yo oí a los que sí eran grandes, en aquellos tiempos. Era un hombre muy culto. Está toda esa poesía romántica y modernista, y en costeño. Por ejemplo, en el poema Canto a la Costa Chica había muchos conceptos que yo no sabía. “Y cuando los recueros/ hayan sus picotes…” ¿Qué son los recueros para ti? A ver…
—No lo sé.
—Las recuas, los arrieros. Él usaba mucho esas cosas de la Costa. Esas palabras cultas, de la mitología griega y eso, las está mencionando en el español que él usa  allí. El hilo de Ariadna, y demás. Y el que sabe las disfruta más.
—¿Y en sus canciones, anda la mitología?
—No. Yo confieso que no soy académico. Yo aprendí a leer y escribir y me fui sobre lo que me iba a dar de comer. De lo académico no sé, yo lo ignoro. Yo aprendí a leer y escribir en Estados Unidos en 1945, cuando me fui de bracero con un amigo que fue mi compadre, José Reyes Escamilla, de Soledad Doblado, Veracruz. Nos fuimos juntos en el tren, nos quedamos en el mismo vagón, porque fuimos a trabajar en la vía.
—¿De mojado?
—No, legal. Yo me vine de Veracruz con unos trabajadores de una termoeléctrica; yo me vine en el bonche, como se dice ahora. Yo no tuve oportunidad de estudiar así, como los demás niños. Estuve en Estados Unidos dos años y me regresé a Veracruz.

Es bonito que te olviden. El amor no correspondido
—¿Y dónde se enamoró?
—En mi pueblo.
—¿Allí se casó?
–No. Me casé en la ciudad de Ometepec.
—¿Con la mujer que amaba?
—No. No tuve esa suerte. Ahora, sirve solamente de consejo para cuando tengo que decir… cuando me buscan para presentar a la muchacha. Yo de eso no sé. Yo les digo a mi manera que es bueno se enamoren con el corazón, porque es bonita la promesa del amor. “Si tú me llevas bajo ese árbol, allí viviré contigo, contenta”, eso es querer con el corazón. Ya cuando se van a casar, hay que pensar con la cabeza: ¿Qué me va a dar este hombre? ¿Qué vamos a comer? Esa es la realidad. Ya se piensa. Pero es bonito, hay que tener esos amores para saber distinguir.
—Su primer amor no se realizó…
—No. Pero había que seguir viviendo. Esa no es la respuesta, ¿verdad? En una entrevista reciente me preguntaron qué cómo había sido mi niñez, y yo dije que hermosa, igual que la de todos los niños. Yo no sabía que el rico era más que yo, yo era niño y ya. Y te enamoras… y te gusta hasta la hija del presidente. Allá uno con los calzones chundos, todo jodido, pero igual que los otros niños. Yo no sabía que el que tenía dinero valía más. Yo aprendí que grande es el que se prepara. El rico, millonario, te va a dar algo, no tiene ninguna obligación de tu desgracia, si por flojo, por lo que tú quieras, no hiciste dinero. Y tampoco sabes cómo hizo él su dinero, trabajando, robando, herencia; por lo tanto, “Adiós señor”, con respeto. Si después de aquel saludo, con respeto, no hay nada de allá para acá, no modos; hay muchos a quien saludar.
—Regresando. Si la mujer de la que se enamora uno no lo corresponde, ¿qué se puede hacer?
—Tomarlo como un ensayo, y todo. El corazón solo se empieza a fijar, y ya.
—¿Se vuelve uno a enamorar?
—Sí, pero aunque ya con malicia. Ya te pasó una vez, y vas con precaución, ¿me entiendes? El primer amor es el más bello.
—¿Le ha escrito a su primer amor?
–Pues, que yo recuerde, escribo alrededor de… como todos, alrededor del amor, del desamor, pero esa experiencia, pobre de aquel que no la tenga. Es hermoso.
—Usted tiene la facultad de crear algo con esa experiencia…
—Sí, pero no. Son cosas que son tan íntimas. Es como aquel que dice “yo tengo la fortuna de que nadie me ha olvidado”. Yo respondo que tiene la desgracia de tener quien te haya olvidado; quiere decir que nunca te han querido. Para que te puedan olvidar, necesita que te hayan tomado en cuenta. Es bonito que te olviden.