Es frecuente hallar en
los negros de las canciones de Cri-Crí una aspiración: lo blanco, la luz; la
belleza. Parece que pretenden blanquearse la piel; y no sólo eso, sino ascender
en estatus. Por ejemplo, el desnarigado Rey de Chocolate, con nariz de
cacahuate, pretendía los amores de la Princesa Caramelo. El chato rey color
chocolate soportaba indefenso —como soportaron la esclavitud algunos negros
esclavos— los desprecios de la bella: a pesar de su riqueza (castillo/ con murallas de membrillo,/
con sus patios de almendrita, y sus torres de turrón, donde el
merengue, los barquillos, el refresco de limón, el azúcar y las colaciones
abundan); a pesar de que le brotaba miel de la cabeza. Por alguna razón no
explícita, la bella decidirá consentir los amores del feo, pidiendo al erótico
paje Pirulí comunicar su enamoramiento. Aparece como comparsa del Oscuro Rey de
Cocholate en estas vicisitudes el Marqués de Piloncillo, o sea de panela,
chanchaca, chincate, o sea azúcar oscura o negra o prieta. ¿Será que, si un
merengue lo aplastó al tirar el castillo con tanto llanto desamorado, el Rey de
Chocolate cambió de oscuro a claro, a blanco como el merengue, y por ello la Principessa
Caramelo decidió favorecerlo con sus caricias y demás atributos? Sépalo
Gabilondo Soler y su negra conciencia.
Cleta Dominga es la historia de
una negrita pequeña/ [que] tenía el capricho de ver brillar en el
cielo/ la luna tropical,/ esa luna de nácar,/ redonda maraca/ que sale del mar.
Su destino, el sentido de su existencia, tan caprichosa, consiste en esperar,
esperar y esperar (no
hacía más que esperar) para ver el brillo, el nácar, la plata de la
luna tropical que mora en el mar y sale a iluminarnos, a estimular la
esperanza. Pero la negra Cleta Dominga está salada, sus esperanzas se ven
fácilmente truncadas porque como
en boca de lobo/ la obscuridad se cerró,/ sin un clarito en las nubes,/ ni tan
siquiera un tirón, y ya no ha de cumplir su capricho, de ver brillar
en el cielo a esa luna de plata/
que sale temblando/ mojada del mar. Como la amante que espera por el
amor y no llega, la negrita esperaba,/
no hacía más que esperar.
En la veracruzana playa, donde
tiene su origen don Gabilondo (a) Cri-Crí, se pasea el Cocuyito Playero,
iluminando la oscuridad con su linterna de plata para que el camino no se
pierda, como se le ha perdido un negro al cantante: Negrito ven junto a mí,/ pues hace rato
que te perdí/ y si es de noche has de saber/ que a los negritos no puedo ver;
aunque acá es el cantante-pregonero quien clama al cocuyo por luz porque la noche cayó,/ y todo está mucho más
negro que el carbón./ Hay que comprender/ que ni siquiera mis narices puedo ver.
Claro, si todo está más negro que el carbón, ¿cómo observar a Negrito que es
más negro que la noche y que el carbón? De tan negro que es, ni él mismo se
mira —a menos que esté cegato—; tal vez por eso hay que salvarlo, hay que
mostrarle el camino: Negrito
ven para acá,/ agarra fuerte mi cinturón,/ pero camina, no hay que jalar/
porque me expones a un tropezón. Se ha preguntado y se pregunta el
pregonero: ¿Quién va por la
obscuridad?/ ¿Quién va por la obscuridad?/ ¿Quién va por la obscuridad?
Seguro que él no, y Negrito sí. Él quiere llegar a su casita en Veracruz,
llevando a Negrito consigo; él, que puede demandar la luz.
Cucurumbé sí que no se andaba
con medias tintas: la descarada, su
carita podía blanquear en las blancas
olas. Quería ser blanca/ como la luna,/ como la espuma/ que tiene el mar.
Envidiaba a las conchitas/ por su
pálido color: quería ser pálida, descolorida. ¡Imposible! ¡Qué
atrevimiento de negra! ¡Ni con todos los baños en mar que de leche fuese! Y
aparece el personaje ubicador: un
pescado con bombín/ se le acercó/ y, quitándose la bomba/ la saludó,
refregándole en la cara —eso sí, con delicadeza— su entintada marca, su
destino, la firmeza de su color: ¡Pero
válgame Señor!/ ¿Pues qué no ves/ que así negra estás bonita,/ negrita
Cucurumbé?, en tanto la convence de su tontera. Digresión: Imaginar un pescado con bombín me
invita a ver un negro liso ensombrerado, de esos de copa alta; aunque la
transfiguración del bombín
en bomba —justificada por la
métrica y la rítmica—, transfigura mi entendimiento: según la autoridad del
maestro Santamaría, bomba,
además de significar sombrero de copa alta, es en el sureste del país, copla
improvisada, por lo común irónica, intencionada y erótica, y también sátira,
ironía, pulla dirigida a una persona, por lo común a quema ropa y de improviso.
¿Imagina mi entendimiento estos sentidos en el vocablo o es inocente don
Gabilondo de tanto enredo erotizante y, en realidad, el lindo pescadito no
estaba insinuándosele a nuestra Cucurumba? Lo cierto es que el pescado —que no
pez, mexicano dixit— quería convencer a Cucurumbé de ser bonita, por tener
carita bonita, a pesar de ser negrinha.
¿Y si el tal pescado era negro?
Entonces, y como dice el dicho: el Comal le dijo a la Olla: Con sus tiznes me ha estropeado ya de
fijo/ la elegancia que yo truje, canta Cri-Crí. ¡Ah, qué negro tan
liso y reliso!, digo. Delicadito tío Comal. Que’s que no quere que lo tizne
l’Olla, que no le menoscabe la innata elegancia, como si no fuera un presumido!/ Vaya,
vaya./ Lo trajeron de la plaza percudido/ y ni ánimas que diga/ que es galán de
la pantalla. ¿No le da vergüenza? ¡Lo trajeron percudido!
¡Percudido! O sea: sucio, nejo, oscuro, prieto. Y se queja, el rascuache, le hace fuchi-fuchi a su pareja; y
ella se enoja, se envalentona y amenaza: Si
lo agarro lo convierto en tepalcates/ y ni ánimas que grite pa’ que venga la
patrulla. El mísero Comal recurre al insulto: ¿Qué dijites? ¡Ya estás vieja!/ Si no
puedes con la sopa de quelites,/ mucho menos con lentejas. Y eso que
ella es su quelite, su querida, su recargadera.
Ha de salirse con la suya la tía Olla: ¡Puras
habas!, le asesta; e imagino que se la mienta levantando el puño.
De igual modo retacharon al
ilusionado amigo Jicote Aguamielero: “¡Puras habas!”, diría la bella de esta
historia: Parece, parece que no sabe con quién
habla/ igualado bigotón./ ¡Soy la reina, la reina por bonita/ y un jicote
aguamielero/ no cuadra con mi amor. Igualado como negro, dirían en
mi pueblo. Cualquier cosa quiere, sino a la regia majestad. Igualado: Leí que éramos iguales,/ asegún la
Constitución,/ la sociedad sin clases la creí, refuta. E insiste en
accesar al real tálamo nupcial. Mandando
cerrar la puerta,/ la reina se le negó,/ porque su afán es que se ha de casar/
con un emperador, como es de suponer. Y estalla en majestuosa
cólera: Parece, parece que no sabe,/ no sabe
con quien trata/ ese prieto barrigón. Y aquí declara y aclara la
reina su fobia: prieto barrigón. ¿Abomina de él por prieto? ¿Por barrigón? Lo
menos de dudar es la color del fruncido Jicote: prieta la piel tiene.
Aparte están las figuras del
Negrito Bailarín y del Negrito Sandía; no aspiran a blanquearse ni a la luz:
son como son. El primero es un juguete, un
negrito bailarín/ de bastón y con bombín,/ con clavel en el ojal,/ pero que se
porta mal. ¿Cómo querría don Gabilondo que un tipo engalanado, con
pinta de enamorador, a punto de fiesta y aparte negro no se “porte mal”? Hasta
se me afigura ser el seductor de Cucurumbé, con todo y bombín, el morenito.
Aunque como a cualquier juguete que se precie, se le ocupa, sirve para divertir
a otro, está esclavizado, se le obliga a cumplir con los deseos de otro: ¡Hey amigo, lo compré/ para ve’ bailar
a uste’!/ Perezoso, ¡mueva los pies! Perexoxo bailarín, nieve tampoco es.
Por su parte, Negrito Sandía tiene cara
angelical y es lindo/
igual a un querubín, a pesar de que se trata de un negrito.
Deslenguado, pícaro, ingrato, tontero, discutidor, grosero, descortés, y más. A
lo único que teme son los garrotazos de su tía, al palo que utiliza; y el
castigo sí que lo horroriza. Un cuento,/
tan triste de repetir. ¿Triste? Si Cri-Crí-Gabilondo-Soler lo
disfruta: Y después de la paliza/ me voy a morir
de risa. ¿O sólo es una finta más?
Coda [y no a destiempo]: Acabo
de entender o intuir o imaginar, después de escuchar por muchas veces la canción
Este triste mirar en voz de quien la soñó, Ña Marina Guerrero, acompañado de
negra y criolla compañía, que la tal muñeca que se afea escondida tras los rincones,/ temerosa
que alguien la vea, con todo y su triste mirar, es negra, aunque tal
vez Gabilondo ni lo sepa o tema decirlo.
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