Para Andrés y Ernesto
La noche del sábado pasado falleció Andrés Manzano Añorve en Acapulco. Murió por falta de Cuaji, sospecho. En 2002 o 2003, festejando su cumpleaños cincuenta o algo así, bebimos y comimos en su casa, donde vivía con una calentana que lo cuidaba como a su hijo menor de edad, en el Distrito Federal. Él se bebió dos cervezas, contra la voluntad de la calentana, y ya se encontraba borracho. Se fue a dormir. Contra su voluntad, también, festejamos su cumpleaños, porque la calentana quería que conviviera con gente cercana a él en la ciudad. Él recordó un chiste que solía hacer: “Como dice mi hijo Ernesto: Papá, tómate tu media cerveza y vete a dormir, porque ya no aguanto para beber”. A Andrés Manzano le cayó el azúcar, es decir, padecía diabetes y esa condición adversa lo hizo acatar los dictados de la calentana para protegerse, para seguir viviendo y tener una vida de calidad. Más tarde, la política, que era su otra mujer o su mujer verdadera, y las circunstancias lo hicieron regresar a Cuajinicuilapa, en 2005. En este pueblo se dio cuenta de que seguía siendo líder y que su grupo le era fiel porque le preguntaron, lo cuestionaron, le insistieron, le pidieron y le exigieron que los encabezara de nuevo para competir por la presidencia municipal: era tal la escasez de políticos jóvenes y capaces que él tuvo que involucrarse en esa lucha que no deseaba, que su trabajo y su prestigio no habían podido ser desbancados.
En esta ocasión no aspiraba a ser presidente municipal, ya lo había sido dos veces y no tenía interés en repetir; sin embargo, no quería defraudar a su gente y se metió a la lucha, con el ánimo de que surgiera un candidato que entendiera la necesidad de la unidad de los varios grupos e intereses en el PRD, su partido, para derrotar al PRI. Y las veces que intentó declinar por los precandidatos en disputa, la cerrazón de uno o dos de estos se lo impidió. Tuvo que soportar, incluso, insultos para conseguir que el PRD no se rompiera como había hecho tres años atrás, perdiendo la elección. En ese sentido, el segundo triunfo que obtuvo el PRD en Cuajinicuilapa le debe mucho a él. Antes, él fue el primer presidente de oposición, por el PRD, precisamente. Y su gobierno era muy recordado: cuando en 2005, en compañía de Vicente Cortés Rodríguez, el candidato, visitábamos a la gente en las colonias y los barrios de Cuajinicuilapa y en las comunidades, le manifestaban su apoyo porque durante su administración gobernó procurando beneficiar a todos, realizando obras, por ejemplo, en las cuales la gente se involucraba en proporcionar materiales o aportar la mano de obra, pongamos por caso. En El Cacalote nos dijeron, por ejemplo, que la última obra que les habían hecho fue un molino de viento para surtirse de agua. La hizo Andrés Manzano, o el licenciado, como gustaba la gente en llamarlo.
Regreso al hilo con que enhebro estas reflexiones: en Cuajinicuilapa, después de regresar, en 2005, en medio de conflictos, negociaciones y trapacerías políticas Andrés Manzano se fortaleció, y no sólo emocional y psicológicamente, sino físicamente. “Rejuveneciste, Andrés Manzano”, solía decirle, viéndolo tan lejos de aquel viejito que se emborrachaba con su media cerveza. Se veía joven. “El conflicto te rejuvenece, Andrés Manzano”, le decía. Tanta energía recuperada le permitió, incluso, volver a agarrar mujer, una hermosa negra del Cerro del Indio. Parecía que la vida de cuidados no era mejor que ésta, la de los excesos: bebíamos y charlábamos durante horas, discutiendo sobre cualquier tema, porque no había tema que él, sapientísimo, no conociera y supiera. Dejó la dieta: cuando íbamos a comer carnitas en Ometepec, por ejemplo, pedía surtida y remarcaba que le incluyeran cuerito: “Si hay que pecar, hay que pecar bien, no a medias”, afirmaba. Como el personaje del cuento La sunamita (de la excelsa Inés Arredondo), quien emergió vivo de la cama-tumba en que agonizaba cuando una mujer bella y joven, su sobrina Luisa, llegó a atenderlo (a calentarle la cama, como al rey Salomón), Andrés Manzano revivió al volver al campo de batalla político, donde consiguió triunfos importantes, intangibles pero reales y verdaderos.
La muerte de Andrés Manzano debe servirnos para reflexionar sobre lo que somos como sociedad, como costeños, cuando menos. Fue un hombre congruente, sus acciones y sus pensamientos y creencias correspondían, es decir, actuaba conforme a sus principios, los cuales no estaban sujetos a perversión: era negociador y procuraba el diálogo incluso con sus enemigos si se trataba del beneficio y del interés de todos o de muchos. En ese sentido, no creía que la violencia fuera un camino adecuado para resolver las diferencias, por profundas o difíciles que fueran. Hablar y pensar antes de actuar, respetando al otro. Esa era otra de sus cualidades: ser respetuoso, tanto de niños y adultos como de amigos y enemigos, de hombres y de mujeres, de indios y de negros. Matar, para él, como modo de resolver algún conflicto, era el peor acto humano, exceptuando la defensa de la vida propia. Por cierto, ahora que releo y reescribo recuerdo que tampoco le causa molestia alguna o incomodidad asumirse como indio; al contrario, se reía y contaba que una mujer de El Terrero, en una de sus campañas, le reclamó que cómo era posible que él, un indio, quisiera gobernar a los negros. Asumía, de ese modo, el origen de su padre, el doctor Manzano, quien nació en el centro del país: era indio, decía Andrés, por eso yo también soy indio. En realidad, aunque también reafirmaba lo que dio en llamar “el África profunda” (basado en la conceptualización de Bonfil Batalla), Andrés Manzano fue un cosmopolita, en el cual se conjugaron diversas culturas y él explotó esa riqueza, con humor, con honestidad.
Fue un hombre generoso, porque no sólo daba lo que no era de él, como gobernante, como servidor público, sino también disponía de lo propio para ayudar a los demás. No guardaba rencor: hubo quienes procuraron hacerle daño y, si bien es cierto que no puso la otra mejilla, sí actuó en esos casos con mesura, con sentido de justicia y ecuanimidad, con inteligencia, basado en razones, antes que en deseos de revancha. Ello tampoco significa que fuese inocente o estuviese indefenso: conocía que el poder -y él lo tuvo- implica una alta responsabilidad, un compromiso con los otros. No conozco un caso del que pudiera decirse que haya actuado con exceso o para procurar daño, de manera consciente. Recordaba, en los últimos años, un apotegma de los masones: los peores enemigos del hombre son el fanatismo, la ignorancia, la religión y la superstición. Y a ellos consideraba como responsables de la conducta de la mayoría de la gente. En ciertos momentos, cuando se exasperaba, traía a colación una copla, la cual hizo colocar sobre su escritorio cuando fungía como síndico: Mándame pena y dolor,/ mándame males añejos,/ pero lidiar con pendejos/ no me lo mandes señor.
Fue un hombre excepcional no porque no haya tenido errores, sino porque a pesar de ellos dejó huella, y profunda. Ya adulto volvió a estudiar e hizo una maestría en administración pública; era un lector incansable y sin prejuicios que lo mismo leía novelas que manuales sobre cientología y otras baratijas, guiado por un auténtico afán de curiosidad y por la idea de que nada de lo humano debiera serle ajeno. Respetuoso de los otros, abierto, crítico, con excelente sentido de humor y visionario, Andrés Manzano también estuvo involucrado en tres proyectos comunitarios, incluso, un par de ellos fue impulsado directamente por él: la creación del museo de las culturas afromestizas y la fundación de la delegación de Cruz Roja de Cuajinicuilapa. Formó parte, además, del colegio académico de la Universidad Intercultural de los Pueblos del Sur, de la que fue fundador.
Su talante osado e inteligente y creativo se desplegó cuando fue presidente municipal por segunda ocasión: recuperó el concepto de autonomía municipal y lo asumió para beneficio de la población. En ese sentido, supo establecer relaciones de colaboración con otros gobernantes, y no de subordinación, como frecuentemente ocurre con los presidentes municipales, que viven temerosos de que les regateen o retrasen los recursos que por ley les corresponde y no son capaces de buscar fuentes alternativas de ingreso, como se hizo en Cuajinicuilapa desde hace años, bajo la batuta de Andrés Manzano: expedición de licencias para conducir, por ejemplo, o el saneamiento presupuestal de departamentos como el de Agua Potable y Alcantarillado y su necesaria municipalización.
Ahora que ha fallecido, intempestivamente, de modo sorpresivo, ese político humanista y visionario, recuerdo que en 2005, antes de regresar a Cuaji, donde pretendía vivir por más tiempo que el que duró en el gobierno municipal como síndico procurador, se encontraba construyendo una casa de madera, donde me hospedó alguna noche. En esas fechas no tenía energía eléctrica y sí apenas algunos servicios básicos; esa casa está ubicada en algún suburbio de Chilpancingo. Luego de ello, intentaba pensar por qué algunos mal intencionados seguían asegurando que Manzano había robado, que tenía una fortuna. Me consta también que su salario como síndico, en ese tiempo, era su ingreso más importante. Y el único modo de entender la saña de algunas personas para calumniarlo fue imaginando que algún miedo en el fondo de ellas las llevaba a no aceptar que ese hombre era superior moralmente, porque aceptarlo era aceptar que ellas eran peores, lo cual considero una tontera porque cada quien tiene su propio valor, y más que envidiar y querer destruir a alguien bueno es mejor emularlo y estimarlo, aprenderle. Algunos de sus detractores, incluso lloraron en su sepelio, en un acto de hipocresía. En fin. Él seguramente se habría reído de esas vicisitudes que salan las conductas humanas: estaba más allá de esas pequeñeces.
Lo único que quedó pendiente es una plática en la que iba a darme consejo sobre asuntos de amores, él, un conocedor profundo de lo que se llama el alma. No pudimos concretarla, aunque ayer me sorprendí y me sorprendió cuando, al abrir la bandeja de mi correo electrónico, me llegó un mensaje de Andrés Manzano Añorve para invitarme a charlar con él. Eso me hace confiar en que ha de seguir con nosotros, cuando menos conmigo, en mi pensamiento, donde seguimos platicando sobre todos esos proyectos inconclusos, como escribir sus memorias (era gran conocedor de la historia del siglo pasado y de éste de la Costa Chica, en la parte guerrerense, por ejemplo), sobre las cosas que hacemos, hicimos, haremos. Por mi parte, sigo platicando con él, y estas charlas me muestran (a mí, que alguna vez me declaré materialista dialéctico consumado y, por tanto, enemigo de sobrenaturalidades) que la existencia tiene y adquiere muchas formas e identidades, como Proteo. Y ya con ésta me despido, se murió un gallo jugado, de esos que no mataban, pero no matar lo hacía más valiente que los que matan.
3 comentarios:
Gracias infinitas a quien escribio esta maravillosa anecdota de mi tio, un hombre ejemplar y sencillo, estamos orgullosos de el mil gracias en serio.
Creo que nunca te lo dije, aunque se que lo sabes.. Estoy agradecido por el cariño que le tienes a mi Papa
Un gran persona que amo a su hermosa tierra, yo siendo una niña lo recuerdo, con mucho cariño.
Y hermoso documento
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