¡Yo he escrito muchos versos y nunca lo he sabido!
(Poema Autobiográficas)
Juan García Jiménez es un poeta atrapado. Lo prueban los siguientes versos de La feria, del libro Luna de barrio:
El penco saltó la tranca
y dio un brinco al barranco.
¡Qué penco tan bruto y bronco
que deja trunco el ahínco
de su jinete zopenco..!
* * *
Un negro de negro rango
al ritmo de La zandunga
luce vistoso jorongo;
y cuando baila el huapango
todos imitan su ritmo:
¡desde el adusto hasta el rengo!
Ahora que no versa al estilo vernaculista, se nota su predilección por la sonoridad de las palabras, su gusto por la rima; se sospecha que le agradaba escucharse, degustar en boca propia cada sonido, recitarse en voz alta sus argucias literarias, oír sus culteranías en voz viva, antes de que otros las recitasen: En ambas coplas se engalana con variaciones en las segundas vocales tónicas de las rimas: barranco, penco y zopenco, ahínco, bronco, trunco, en la primera; rango y huapango, rengo, jorongo, en la segunda, con el añadido de zandunga y, obviamente, sin las faltantes ingo y ungo (que chingo, gringo y pingo, y chungo y piculungo habrían resultado idóneos, y reto, a riesgo de anclar el sentido o desquiciarlo). Recurre, además, a rimas internas: penco versus penco, negro versus negro y ritmo versus ritmo. Otro recurso que refuerza la musicalidad de las coplas es el metro, la medida de cada verso: son octosílabos. Incurre (y lo digo por no repetir el verbo del principio), incluso, en hiato en la segunda línea de la copla primera, al desinalefar o separar el dio del un, como no ocurre en el habla común, y resulta curioso porque la sinalefa es un recurso que los poemas vernáculos aprovechan y exceden.
Y se excede, nuestro Juan. En el poema Autobigráficas se lee: El sueño es un ensueño risueño que retoña/ cariños en el alma... Quizá sueña mi ensueño, donde abundan sonidos similares: aliteración, repetición de vocales (abiertas en este caso) y consonantes: sueño-ensueño-risueño-ensueño y sus parientes retoña y cariños. Se sigue sospechando que le deleitaba recitar sus versos ante sí mismo, se dejaba atrapar por su sonido. Trabaja García Jiménez con versos de la métrica clásica: de los de arte menor, de ocho sílabas; de arte mayor, de once, doce y, preferentemente, de catorce sílabas, que suele alternar con los de siete. Sus estrofas son variables, excepto en los sonetos y en uno que otro poema. Tiene más oficio, nuestro poeta, que poesía.
Sus poemas son anécdotas en verso, generalmente. En ellos usa y abusa el poeta de los tópicos vernáculos: sentimentalismo exacerbado, particularmente el sufrimiento que provocan la pobreza y el desamor; imitación y exaltación del habla popular (se reconoce que el poeta tenía buen oído); el machismo como un valor patrio; simpatía por los pobres y la pobreza; un sentido de la nacionalidad mexicana (se le presenta como el autor folklórico por excelencia); etc. Seguro que sus mejores versos están en el libro Cuando el amor cantaba. La causa se ignora — aunque se sospeche—; lo cierto es que García Jiménez encuentra en estos recursos retóricos causa y efecto para abundar poemas. Acto seguido, se regodea, se auto-complace y complace a los lectores; se deja intimidar por el estilo de la época, sin atreverse a ensayar en versos como los hasta arriba anotados, donde se insinúa que puede desprenderse del sentimentalismo, por ejemplo. O en sus poemas eróticos, como veremos, porque sus panegíricos resultan sosos y anodinos.
¿A ti qué te cuesta hacer que yo goce?
(Poema Mi querencia)
En los primeros poemas, sobre todo los de corte vernáculo, el poeta utiliza y repite figuras para decir la mujer o, mejor dicho, los toma como símbolos del cuerpo femenino, los senos y la boca o los labios:
que tienen los senos como pomarrosa,
¡como jicaritas hechas en Uruapan!;
...
y tienen los labios com’una granada
(Michuacán del alma)
***
labios de pitaya, como una sandía;
...
¡senos como jícaras!
(Mi tierra querida)
***
y beso tus senos que son pomarrosas
y casi, Rosaura,
parecen palomas y tamién parecen
jicaritas blancas
(¡Vente pa mi casa..!)
***
¡y qué boca guinda como pa chuparle
la sangre en sus besos!;
¡qué pechos rollizos, como dos palomos
acurrucaditos, latiendo y latiendo..!
(¡Ca vez que mi acuerdo..!)
***
Tus labios en onde reventó a güen tiempo
alguna pitaya
me besaron harto
...
tus senos de lirio dentro del corpiño
por tantito escapan
(Como una esperanza)
***
que me coma la fruta de su boca
qui’mpieza a reventar;
qui apriete entre mis manos las pomas de sus pechos
(Plegaria)
***
la que’n el corpiño lleva dos palomas
retozando gusto
(Gorgonio)
Erotismo elemental, apenas descriptivo, enunciante. El atrevimiento, la ruptura con esas figuras repetidas se da en la boca guinda, donde el poeta-amante ha de chupar —vampiro— la sangre de la amada-labios-color-sangre-viva. Y eso es el inicio. En los poemas Pecadora, Poema trunco... y Lavanderita del río, García Jiménez se desentrampa y destrampa y le suelta la rienda al penco tan bruto y bronco del erotismo. En el primero de estos tres poemas la mujer (apostrofada pecadora, sin que se sepa bien a bien la causa, aunque se sospeche) es descrita con las artimañas retóricas anteriores en que se nota la excitación del poeta (presagio de un coito apresurado y frenético); enseguida reflexiona y delata su miedo:
Te quiere mi dolor, pero me pienso
que acaso eres lo mismo que las otras:
envenenada miel, flor entre espinas,
audaz y engañadora...
Supone aquí este escribano que funge como lector que el miedo no tiene origen moral, como insinúa el titulo del poema, sino físico-anatómico. Enfrentar tamaña fiera erótica no será pan con chocolate en domingo después de misa de seis:
El amor no es un sueño...; ¡es el tributo
de tu cuerpo brindándose en la alcoba;
de tus senos temblándote entre mis manos...
de tu boca temblando con mi boca...
de tus muslos vellosos y rollizos
enredándose a mí como una boa..!
A pesar del inconfesado miedo, convertido en No temo tu abandono, el ometepecense amante acepta el reto y asume su papel masculino: Pero, ¡ven, ven a mí! ¡Ven, insinúa/ con tus amplias caderas mi derrota!, al grito de: ¡Ven a mis brazos, que te espero/ para acabarte toda! Seguro es que sin melodramatismo el poema ganaría, y el lector, por añadidura, a pesar de ser éste un poema onanista porque nunca el coito se consuma. Del Poema trunco... habría que desdeñar los primeros cuartetos y quedarse con el final. Lo transcribo porque está por encima de la teatralidad, el moralismo y la macha visión de los primeros:
¡Ah! tu rosa íntima... tan sólo imaginada
en las noches más lúbricas, cuando el insomnio espina;
¡y que perfuma sólo bajo tu falda fina..!,
¡y sólo por tus muslos ha sido acariciada!
Lavanderita del río es un romance zopenco, mal imaginado y peor ejecutado, sobre todo porque en él regresan las ataduras vernáculas del poeta: el dramatismo de la anécdota, lo gratuito del valiente armado con machete para asaltar el himen de la de la negra color, la justificación de la violación y la solidaridad con el violador y la intención de violarla, además.
¡Qué caramba: él no es un bembo,
nomás un zambo y cambujo..!
(Romance de Fredesvindo)
Y ahora, la color. Apenas que reconoce y anota García Jiménez que en la Costa Chica existen negros, morenos, prietos, zambos, cambujos y otras especies, se le olvida que los ha ignorado o los ha tenido olvidados, y apenas asomados, en sus poemarios. Cuando han aparecido nombrados como negros, se refiere a los estadunidenses:
y surja Lincoln en la hora trágica.
¡Cristo ilumine su visión de apóstol
y levante en su pecho, barricadas,
donde la perseguida raza negra
halle refugio como en propia casa.
Es en el Romance de Fredesvindo donde lo negro del negro se anegra. Para denigrarlo (o sea, convertirlo en negro, y ridículo, por añadidura), claro está:
Pateco, chimeco y chando,
con el pelo rechilvudo
y cuculuxtle...
...
¡Bembo, bembo, Fredesvindo..!:
piernitas de tingüiliche,
metiche como el bejuco;
nigüento, pero nigüento;
ya mero andabas chirundo...
...
¡Qué caramba; él no es un bembo,
nomás un zambo y cambujo..!
Podría comentarse este esperpento, pero se prefiere utilizar la ocasión y dejar asentado que, según parece, nuestro Juan dejó escuela: abundan ahora, como hongo entre la cuita’e vaca después de la lluvia, imitadores ramplones de esta línea, de este estilo, y no sólo poetas y recitadores, sino maestros de escuela, cortadores de pelo, matanceros y otros sin quihacer metidos a escritores. Pedirle más a García Jiménez sería demasiado, y más si pensamos en la fama obtenida en vida, que perdura hasta hoy, aunque apenas se le lea, aunque se le homenajee por inercia, y aunque se le nombre El Poeta de la Patria Chica, ¡qué caramba, él no es un bembo, ni menos de negro rango!
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