martes, 22 de septiembre de 2015

Aquí no hay discriminación; eso pasa en otro lado

(Crónica)
Eduardo Añorve Zapata
Cuajinicuilapa, Gro.
20 de septiembre de 2015


Muñeca de una quinceañera de San Nicolás. Fotografía: Eduardo Añorve

Es San Nicolás, comunidad de este municipio algunos de cuyos ciudadanos pretenden la creación de uno nuevo y hace unos días recrudecieron esa lucha que iniciaron en 2006, sin conseguirlo.

Con unos amigos reporteros visitamos en su casa a una señora de unos 50 años y que tiene tres hijos: dos hombres y una mujer.

La reportera habla con ella y se medio entienden, porque la sintaxis de cada una es diferente, no siempre coinciden sus vocabularios, además de que cada contexto personal también es distinto. Por si eso no fuera suficiente para entorpecer la comunicación, la una pregunta lo que quiere saber y la otra responde lo que quiere que sepan.

Ambas intentan acercarse a través de sus dialectos y hacerlos coincidir en una solo lengua, o hacerlos funcionar como una lengua, y a ratos lo consiguen.

La reportera intenta averiguar sobre el asunto de la discriminación y de cómo las percepciones de los sannicolareños sobre el tema influyen o no en la pretensión de crear un municipio independiente de Cuajinicuilapa. Algo así como: Ustedes quieren ser otro municipio porque ahora los discriminan, no les reconocen sus derechos como afromexicanos.

Ante una pregunta directa, la mujer morena (curiosamente, la reportera tiene la piel más clara que la de la anfitriona entrevistada) asegura que en San Nicolás ni en Cuaji (el municipio) existe discriminación por el color de la piel ni otras características asociadas a la africanía o negritud.   

Antes de casarse, en su juventud, esta mujer trabajó varios años  (unos siete) en el Distrito Federal, y al final regresó a su pueblo porque entendió que es mejor vivir aquí que en otro lado, donde, finalmente, uno es extraño.

Ella habla y se explaya sobre experiencias que ha visto y escuchado sobre cómo a algunas personas en otros lugares las maltratan (les hacen feo) por ser negras, oscuras o morenas (de piel, claro), incluso narra que en alguna ocasión un hombre intentó insultarla por el mero hecho de que ella fuese negra, despotricando contra todos y todas las negras habidas y por haber.

Pero lo paró, le dijo sus verdades, lo calló, y el hombre agresor, avergonzado, tuvo que huir (a mí no me va hacer menos cualquier pendejo); ella cuenta esta anécdota con orgullo: se le encienden los ojos.

Su esposo y sus hijos son morenos, su familia es morena (tiene 20 hermanos y un chingo de sobrinos, además de tíos, primos, etcétera), con algunas excepciones. Todo anda bien, no discriminamos ni nos discriminan, eso ocurre en otro lado.

La conversación deriva hacia su familia, sus tantos hermanos, sus pocos hijos, las ocupaciones de estos: los dos menores estudian, la mayor, de 27 años, es soltera y trabaja, se graduó en alguna institución de educación superior.

Entonces le pregunto qué sucedería si su hija se casara con un negro o moreno o prieto o de color oscuro…

Y vuelve a encenderse: que no, que su hija tan bonita y estudiada y exitosa no piensa casarse ni tiene programado o pensado casarse, incluso no tiene ni novio.

Pero ya está en un punto sin retorno: ¡Ni lo permita dios!

Es una mujer hermosa.

Ahora su sonrisa se descompone un poco: relata que la hija de un tío suyo, una hermosa entre las hermosas, se casó con un negro estadounidense, tan bonita ella, y que su padre no quiso ni siquiera que la familia de él viniera a la pedida de la novia, tampoco hubo ceremonia del perdón, ni siquiera hubo fiesta, se casaron por el civil nomás y ya.

No quedó muy claro, pero parece que la familia de ella ni fue a la boda (¿a qué, a pasar vergüenzas? ¡Ni lo permita dios!).

¡Que se casen así nomás!, dijo el padre, decepcionado, lastimado profundamente, aturdido todavía por no entender cómo su hija le había pagado tan mal, con ingratitud. ¡Casarse con un negro más negro que los negros más negros! Y eso que ellos le dieron lo mejor, le dieron estudios.

El novio y el padre tienen o tenían el mismo color de piel, y rasgos fenotípicos similares: cuculustes, labios gruesos, nariz chata. ¡No quiso ni verlo!

La mujer entrevistada insiste ahora que no era posible que niña tan hermosa quisiera casarse con un hombre tan feo, tan prieto, pero prieto demás, que ella echara a perder su vida con alguien así, habiendo tantos hombres… Ella, tan bonita.

¡Y los hijos, cómo no habían de salir!

No tengo más preguntas ni más comentarios que hacer.

La reportera tampoco puede entender bien a bien qué está pasando, menos aceptar que la mujer primero le haya dicho que no, que no existe discriminación, y que ahora le narre hechos de por sí discriminantes y que además se haya encendido al recordar como su prima echó a perder su vida con un negro igual que a elle, igual que a su familia, igual que a nosotros.

Intenta cuestionarla para que aquélla recapacite y ponga atención en sus palabras, pero no hay modo, no hay espacio: para la mujer esta visión de estos hechos es natural, o le parece, es justa, es correcta, es verdadera, es real.

Al inicio de la conversación la mujer la había dicho que ella se siente orgullosa de su color, de ser negra, de ser afromexicana (por usar una palabra que está de moda), de su raza. ¡Qué bonito color!

Medio en broma, medio en serio, la reportera le había expresado su deseo de encontrarse en San Nicolás, o en Cuaji, un hombre moreno y hermoso para sostener amoríos con él, y recibió como respuesta que le sería fácil encontrarlo, sobre todo por estar blanquita (aquí luego va a encontrar).

La mujer le enseña fotos de su familia, sobre todo de los muchos hermanos y sobrinos y primos que están en Estados Unidos: morenos, morenos, morenos, la mayoría son morenos, chicos y grandes, algunos más morenos que otros, muchos de los cuales se fueron y ya no han regresados, y otros que nacieron allá y ya no regresarán, que sólo saben de San Nicolás por teléfono, por pláticas, por alguna que otra noticia, por fotos, por videos.

Ella nunca quiso ir al norte como muchos de sus familiares, como muchos de su generación, se negó a ir a Estados Unidos, no había necesidad; se casó joven con un muchacho de San Nicolás también, trabajador como ella, y se han esforzado, se esfuerzan por sacar adelante a sus tres hijos.

Son personas generosas: le pide a la reportera que los visite con más tiempo para que conozca las fiestas y tradiciones de San Nicolás, le ofrece su casa para quedarse, le insiste un par de veces que debe venir a ver a la América, que no debe perderse la pelea de los apaches contra los gachupines, que en ningún otro lugar hacen la fiesta tan bonita como aquí.

Minutos después nos despedimos. Ha sido grato y hemos aprendido sobre ella y su visión del mundo, y ello también nos hace reflexionar sobre la nuestra, y sobre ello platicamos más tarde, cuando caminamos a la comisaría municipal a buscar a gente de la policía comunitaria.

El fotógrafo se quedó un tiempo más en casa de la mujer para hacer otras tomas, más pensadas, más detalladas, incluso para pedirle que le enseñe su patio, su lugar de trabajo, el lugar de su vida, su casa.

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