martes, 17 de enero de 2023

SERÉ FIEL

The first cut is the deepest
Cat Stevens

En una de tantas, sin proponérmelo, acudo a misa en Huehuetán, y la oigo, la escucho, la atiendo; aunque tengo puestos audífonos ipoderos, cavilo con las cavilaciones del sacerdote sobre el significado del sacramento católico que se conoce como matrimonio, religioso, por supuesto, no civil ni de otro orden. El hombre se explaya sobre el ejemplo de Tobías y Sarah y establece una regla para el matrimonio: es para siempre, hasta que la muerte los separe; es decir, lo que ha sido unido por Dios no podrá ser desecho, sino por él mismo; se establece también, de modo implícito, que el dominio de la vida y la muerte es competencia de Dios. Excepto la muerte, ninguna otra causa es suficiente para deshacer, romper o divorciar el matrimonio. Se condena a la pareja a compartir penas y alegrías para siempre, hecha de dos inmutables, de dos que seguirán siendo ellos por los siglos de los siglos, sin cambios.

Recurre el hombre que predica a ejemplos concretos, después de haber advertido a los casandos sobre la importancia de una elección certera; curiosamente, lo hace ahora que ya no pueden arrepentirse, ahora que están hincados frente a él y con el sí en el umbral de la boca, y las cervezas amarillas se están enfriando en las tinas por el friolento y benigno efecto del yelo; y la lumbre ya ha sido suficiente para cocer el mole y la barbacoa y el arroz, dándoles la blandura necesaria para ser manjares del diente y la lengua y el olfato, y de los ojos; y el conjunto musical ya está instalando su equipo de sonido en la cancha para el baile de la tarde; en fin, los reconviene ahora que las cosas sólo podrían detenerse a riesgo de una desgracia, ahora que ya no tiene sentido, pues van a decir sí cuando se les pregunte, y se destaparán las chelas, se comerán las comidas y se bailarán las cumbias; y no habrá pleitos, pues, dos mujeres, armadas con ramos de flores y cubetas, han rociado agua bendita por toda la pista. «Así no se vale», debería decir alguien, pero nadie habla, todo mundo acepta el hecho de que, si elegiste a ésta o a éste, tendrás que aguantar toda tu vida, hasta un fracaso, pero no has de rajarte, pues, no se vale desmatrimoniarse, porque Dios lo prohíbe, los hombres y mujeres de Dios lo prohíben.

Intento, de nuevo, recuperar los tres motivos, de ejemplo, con que el hombre que oficia la misa aleccionó a los en matrimoniándose: ni la flojera ni la borrachera ni la infidelidad son causa de divorcio o separación. Y, no sólo ese hombre piensa así: esa herencia viene de lejos, cuando menos en nuestras tierras data de hace unos cinco siglos. En ese instante de escucha religiosa, algo en mi mente se revela, y ésta se rebela, y me provoca incomodidad de pensamiento, y me obliga a vislumbrar seis escenarios en donde ensayar esos ejemplos y compararlos con lo aquí dicho para caer en cuenta que tales sólo aplican (y uso palabra en sentido ejecutivo, para estar a tono con el espíritu capitalista y de derecha, propio del predominio del pensamiento panista en esta época), aplican estos ejemplos, decía, solamente para las mujeres y no, para los hombres. Y, es congruente, aunque anormal y enfermizo: Es la boca del hombre de la iglesia diciéndole a ella: Si él es borracho, flojo y enamorado como perro flojo, pos, te aguantas, mija. Digo, es posible que mi traducción de sus palabras sea un tanto inexacta en su enunciación, pero, no en sus términos y significados. Porque... ¿sería posible un escenario donde ella sea borracha, floja e infiel o coqueta o puta, o alguno de los tres? Todos sabemos que la única infidelidad condenada es la de las mujeres; la de los hombres, se presume y se festeja.

Kabrón de Kura, pensé en impuro e imperfecto alemán, en ese instante de la revelación por verdad no sancta. Se vale que él no sea fiel y ella sí está obligada a serlo. ¿Por qué no aplicar ese precepto católico de con la varas que midas serás medido o el de ojo por ojo, diente por diente? O, pensar el asunto desde la igualdad de género, entre hombres y mujeres. Pero no, la iglesia católica, y muchas iglesias, en este sistema social obedecen a los intereses de una cultura masculina y sexista, y los fieles o creyentes, también. Patriarcado. En el fondo, la mujer se convierte en propiedad privada del marido con quien casa. O, de quien la mantiene, agrego, saliéndome del terreno del matrimonio religioso y civil e incursionando en esa cosa que ahora no está de moda y se nombró Economía PolítiKa en sus épocas de bonanza, propiciada por la esperanza de un mundo mejor y más equitativo. En esta concepción del matrimonio, el peso, inequitativo, le corresponde cargarlo a las mujeres, a las con yugo conyugal.

Asunto de fe, ése, el de la fidelidad. Hace años, alguien me enseñó el concepto de solidaridad, para oponerlo al de fidelidad. Fiel, se aplica a la persona cuyo comportamiento corresponde a la confianza puesta en ella, o a lo que exige de ella el amor, la amistad, el deber, etc., según anota la siempre servicial María Moliner. Confianza que se deposita en el otro; es decir, la confianza es un acto unilateral, que va de uno hacia otro u otra, para el caso. Ello no significa ni implica que el o la en quien se confía tenga que corresponder a esa expectativa de confianza. Es decir, la confianza no necesariamente es recíproca. Del mismo modo, la fidelidad: no necesita que ambos miembros actúen con fidelidad, ni exige tampoco reciprocidad: Yo puede serle fiel a quien me sea infiel, y ése es un fenómeno recurrente, aunque injusto, desde esta perspectiva católica.

O, será que en cosas de amores, las cuales, se supone y desea, sustentan el matrimonio o cualquier tipo de unión semejante, prefiero la exclusividad absoluta: Yo, para ti; y tú, para mí. Esa exclusividad absoluta conlleva una confianza absoluta y, porsupuestamente, recíproca o de doble condicional, según nombran los lógicos: Yo te obedezco a ti, y tú me obedeces a mí. Una de de las condiciones obligadas para ello es la existencia de un interés común (o, como dijo el filósofo Carlos Reynoso: Que nos una lo que tenemos en común, y no, que nos desunan las diferencias). Esto funciona solamente si las cosas ocurren como deben, y es una experiencia excelsa, más que simples declaraciones de iglesia. Solidaridad entre pares, entre semejantes, entre iguales, no otra cosa, nada que no se conozca, pues. Parecido al apotegma cristiano, que bien se conoce y se repite y poco se practica: Trata al próximo como a ti mismo.

Lo que no puede ocurrir, es que una relación así dure para siempre. En realidad, es difícil, si no imposible, que alguna relación humana pueda permanecer sin cambios todo el tiempo. Sin embargo, en tanto dos personas puedan tener el mismo interés o los mismos intereses, habrá mayores probabilidades de permanecer unidos, sobre todo si esa obediencia al otro les permite libertad y les obliga también a permitir libertad: el mejor modo de obedecer, es por voluntad propia, pues.

Indudablemente es que la infidelidad llega, cuando no existe desde el inicio del matrimonio, en el momento en que las cosas no funcionan entre los enmaridados: la tercera o el tercero (menos probable éste que aquella, y más reprobable por la moral social) aparece cuando hay ruptura en la relación. Y no predico yo, desde este pseudo púlpito, en beneficio de la una o de la otra: sé que la fidelidad no es normal ni la motiva la libertad, sino que es impuesta y arbitraria, y falsa y monótona y aburrida, carcelaria; en fin, no tiene sentido de ser. Tal vez, los contratos matrimoniales (y el de la iglesia católica lo es) debieran firmarse por tiempos cortos, con opción a renovarse o no, pues, mucho ganaríamos los humanos si casamos con la persona acertada, hecho que sólo puede saberse después de algún tiempo. No debiera ser una condena eterna vivir con la persona equivocada, para uno, para el otro, y para los vástagos que suelen venir de tales uniones, quienes muchas veces son quienes las sufren, sin deberlas. Amar y vivir en matrimonio sólo el tiempo que se puede, libremente, y no forzarse a hacerlo; no, en contra de la voluntad de alguno de los dos.

Vale más un hombre que una mujer, parece afirmar, sin decirlo, este hombre de Dios que perorata sobre las bondades de una situación en la que nunca ha vivido: el matrimonio; porque no es lo mismo casarse con un ser tan bondadoso, compasivo, paciente y todopoderoso como Dios, que casarse con el prójimo o la prójima, llenos de olores y malos hábitos y peores vicios, aun en el caso de encontrarlos perfectos. No, no vale más el uno que la otra, ni viceversa. Y el verdadero acto de amor que debiera dar sustento al matrimonio es que él la trate como si fuera su próxima.

Acabaré estas reflexiones con un poemita del maestro Cobo Borda, ahora que lo colombiano anda de moda:

SERÉ FIEL

No a lo que a veces siento
y quizás me engañe
no a lo que a veces sientes
y quizás sea cierto
seré fiel
no a tus dudas
sinceras como el asco
no a esta derrota
que es de ambos
seré fiel
no a lo que digo
o tacho
sólo seré fiel
monte de mirra
collado de incienso
a tu cuerpo
en mi cuerpo.

[La Esquina de Xipe. 20 de julio de 2009]

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