para que el secreto sea eficaz
resulta imprescindible tener conciencia de que hay un secreto
LUISA VALENZUELA
Antes de ser bautizado y de asignársele una religión, parientes paternos llevan al recién nacido al monte, a un cruce de caminos, para que algún animal lo acoja, acariciándolo, prohijándolo gemelo suyo para siempre, hasta el fin de su vida, que implicará también —¿simultáneamente?— la muerte del otro, y viceversa. Y ya será devuelto a la casa paterna convertido en otro, en uno que no es como los otros, de la mayoría, sino un elegido, uno marcado por la hermandad con el animal. Y sólo sus hermanos, los también animales-tono, sabrán que él es uno de ellos, hablarán con él de cosas secretas, de faenas ocultas, de diversiones íntimas. Y las voces de los no-tono lo señalarán, a sus espaldas, a su paso, en su ausencia; con admiración, con envidia, con respeto, con miedo.
Mientras sólo a algunos individuos les está concedido el don de transformarse en animales (nahuales), todos poseen desde su nacimiento un alter ego, un doble animal que determina su carácter, su resistencia física y espiritual y, en última instancia, su destino, dice Alessandro Lupo. Ese doble animal es el Tono. Aunque para el saber de los costeños, no todos poseen un animal, un doble, un tono, un gemelo preciado. O tal vez no todos los costeños sabemos tener tono, asumirlo, asumirse hombre-animal. Es asunto de elegidos, es un prestigio reservado a unos cuantos. Y todos lo saben. Todos lo sabemos.
Cualquiera sabe que existen los tonos, nadie es capaz de negarlo. Cualquiera puede platicar alguna experiencia —casi siempre ajena, en tercera persona— sobre tonos. Y no refiero a la gente que llegó antier o que pasa de paso por estos rumbos. Cualquiera ha escuchado hablar de los tonos y puede relatar sus historias, con nombre y apellidos, sobre todo la ocurrencia de hechos negativos: que ya hirieron al animal, que ya lo mataron, que ha sido atrapado; que el hombre-animal resultó herido o muerto o se consume de enfermedad desconocida para doctores no hechiceros. Y sus hermanos, los animales-tono harán concilio en el monte, ocultos, para encontrar sanación a las heridas, entierro al cadáver, liberación al cautivo.
La triada de animales salvajes que prohíjan a los hombres, sus gemelos, son el alagarto, el tigre y el toro —no domesticado, mesteño—. Animales grandes, feroces, fuertes. Conviene aclarar que el tigre no es tal sino el jaguar, phantera onca, una de las deidades americanas, de las anteriores a la llegada de europeos y africanos antiguas —particularmente de los olmeca, los de las africanas cabezas colosales—. Animal sagrado el jaguar, convertido ahora en el tigre para los costeños. En Efik, África, existió una sociedad secreta —Ekpe— cuyo animal sacro era el leopardo. La sociedad Ekpe resurgiría en América, precisamente en Cuba, como Abakuá, para quienes la voz del leopardo sagrado está contenida en el bote, furruco o tigrera de los costeños, un bule grande y redondeado, con un boquete en la parte superior donde se coloca un parche de cuero de chivo, venado o perro, sujeto con bejucos y mecate, en cuyo centro se amarra una vara revestida con una fina capa de cera de Campeche y se frota rítmicamente, produciendo un sonido bajo, como bujido (bufido) de tigre.
Comunidad secreta la de los tonos, y de muchos secretos. Sociedad integrada por hombres y mujeres, animales-humanos, solidarios entre sí, conocedores de fuerzas animales y humanas, naturales y sociales. Ambiguos. Hábiles para relacionarse con los humanos, para destacar entre ellos por sus cualidades, por su fuerza, su destreza, su valentía. Hábiles, también, en su condición de animales-tono, para reinar sobre los su casi semejantes, los animales de monte, los huérfanos de hermanos preciosos, los animales-animales, los irracionales.
Hay otros animales que pueden convertirse en tono, pero la mayoría de ellos no son de respetar; incluso puede ocurrir lo contrario, como en el caso del sapo, a quien nadie respeta y sí burlan todos. Algunos animales susceptibles de ser tono han dejado de serlo, como el onzoleón o puma americano, el zorro, las culebras mazacuata y tilcuate, por ejemplo. Hay, también, tonos de cometa; seres deformes, generalmente enanos, que pueden excretar por baja vía dinero u oro; son productores naturales de riqueza. Envidiados, codiciados, solicitados.
De Adán García se dice que es tono. Se sabe en San Nicolás que Adán “tiene” tono. “Es un toro —me dijo un antropólogo citadino—, a mí ya me lo enseñó, yo lo he visto, yo conozco su tono. A mí también me hizo tono, yo ya tengo tono”. Y me relata cómo fue iniciado por Adán, cómo lo hizo tono, a sus casi cuarenta años, a él, un frastero, un estudioso de estos fenómenos culturales convertido en hombre-tono, en animal-tono. Lo tomo en serio, a pesar de que quienes saben del tema no lo creerían, no lo creen, lo consideran imposible. Pero él lo cree, me invita, incluso, a mirar su animal, su toro. Y no me animo, no me atrevo, porque pueda ser que quiera convertirme en tono, enseñarme mi animal. Y eso no se puede.
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