sábado, 11 de julio de 2009

A propósito del artículo Tras la heteroidentificación. El “movimiento negro” costachiquense y la selección de marbetes étnicos

Estimado Arturo Motta Sánchez:

No había tenido la precaución de leer su erudito y documentado artículo con detenimiento, ni tiempo, a pesar de tenerlo entre mis más valiosas posesiones desde hace unos cinco años. Envidio de él, por ejemplo, su manejo de datos sobre hechos pasados relativos a la Costa Chica, este irracional terreno donde vivimos, porque nos ayuda a encontrarnos lo africano, siendo usté tan frastero. Pero yo, que ni cura ni maestro soy, le escribo estas apresuradas y tardías palabras no para halagarlo (que, sospecho, de ello ya ha de disfrutar usté mucho, que ni falta le haga), sino para desfacer algunos entuertos relacionados conmigo (egoísta que soy, que me sospecho aludido).

En realidad, algunos acudimos al manipulable pasado no por desdeñar el incorruptible futuro, pero se sospecha que aquel sí puede proporcionarle hasta a cualquier investigador de archivos una perspectiva más global y coherente del legado, no genético, precisamente, sino como prueba de la pertenencia a algún grupo y una cultura que tienen más antigüedad que antier. Y me dirijo derechito a unos puntos en los que está usté mal equivocado.

Es imprecisa su noticia sobre lo incierto que resulta atribuir la fundación del pueblo de Cuajinicuilapa a la actividad de negros cimarrones, atribución endilgada a don Gonzalo, porque uno puede entender que don Gonzalo también actuó de ese modo para manipular el pasado a modo de genético legado (ya sabrá usté que él se consideraba afrodescendiente o algo así, ¿no?). Además, la mera etimología del nombre Cuajinicuilapa puede hacernos entender que su origen es más remoto, ¿no cree?, anterior a la llegada de los africanos que los españoles trajeron como esclavos y que marbetaron como negros (y note que uso conceptos de alta discutibilidad histórica como "africanos", "españoles", "negros").

Y son imprecisos también sus datos sobre varios letrados profesionales contemporáneos y también de algunos intelectuales orgánicos (magisterio y clero) de la zona, y no por su temor a nombrarlos (que no se contaminará, creo) sino porque mete a todo mundo en una sola bolsa, faltando al elemental respeto de darle al César lo suyo, y pareciendo estar frente a y describir –tabla rasa– a un grupo homogéneo y monolítico, sin disensos ni divergencias y que hasta parecen vestir los mismos trapos, pretensión lejana con mucho de la inamovible realidad. ¿Nos dirá quiénes son los letrados profesionales contemporáneos y los intelectuales orgánicos?

Por cierto, para mi caso en particular, mi auto-renegrida-estima tiene que ver más con las palabras de un líder político de mi pueblo, Cuajinicuilapa, que en los años setenta nos arengaba para sentirnos orgullosos de ser negros, a pesar de que la Cuijla aguirreña era parte ya de nuestro pasado (y hasta del de usté), porque, como usté bien sabe, fue escrita casi dos siglos de letras antes –que en realidad no era mi pasado porque no lo conocía ni menos podría mal leerla y menos desinterpretarla–. No sé si me doy a malentender. Fueron hechos concretos, experiencias individuales, discriminaciones sufridas en carne propia, los causales de esta búsqueda y los encuentros, casi siempre efímeros.

Pero sospecho que usté no es claro con lo que debiera ser claro: de vaqueros y no de cimarrones, de sometidos y no de rebeldes, de ellos descendemos, asegura, entredelinéneandose la prosa. Y ahora le aporto un dato que usté de seguro desconoce: a mediados de los ochenta, un grupo de cuijleños se puso a promover el baile de Diablos [le aseguro que los tales no son representaciones de Satanás ni de sus hijos legítimos o achacados; tampoco son remedo de vaqueros que se visten de cuero de vacas, clines de caballo, cachos de venado o chivo; es un asunto mucho más profundo, pero tendría que utilizar palabras como cosmovisión y otras de esas que no se sustentan en documentos, y no tengo tiempo para edificarlas] porque en él se sintetizan ambos: los vaqueros y los cimarrones, más allá de los móviles significados que esta palabra ha adquirido a lo largo de ese pasado ya pasado, o cuando menos eso nos ha dado a entender nuestra intuición no histórica. Por cierto, no queda claro que entiende usté por: ¿qué es o cómo se define un cimarrón?

Digo, si usté quiere discutir con don Gonzalo, no lo haga con otros.

Y ya nomás pa demostrarle que sí leí su artículo y devolverle la cortesía, le pregunto: La coreografía, la cinética, el sentido, los elementos constitutivos, las posturas, los pasos, la dotación organológica, presentes en el baile de los Vaqueros y en el de los Diablos, ¿han permanecido invariables a lo largo de siglos, es decir, desde la implantación de la vaquería y su aneja cultura?

Pero lo que sí es una grosería de esas que no ofenden porque no han sido dichas en mal plan sino por ignorancia, es su afirmación de que se ha buscado erigir una reciente plataforma de acción política que sin duda, ésta arrostra la mira de predisponer o producir un ambiente favorable para legitimar demandas específicas que convoquen a alterar las condiciones de vida locales, a fin de pretendidamente ponerlas más a tono o, potencialmente, equipararlas con lo que el desigual desarrollo socioeconómico nacional vende como óptimo modo de vida. Y como desde el principio no aclaró a quién o quiénes se refiere y critica, por lo que a mí toca le digo que no se puede ser tan especulador y dárselas de académico, pues pretende hacer pasar una especulación como una verdad sin ofrecer pruebas, de esas de documentos que tanto gusta usté esgrimir para tener seguridad, sin duda, en lo que piensa o afirma (y si ya lo notó, también yo estoy prejuiciando sobre su manera de pensar, que no de las afirmaciones anteriores).

Semos pendejos pero no hasta allá: no le creemos al Estado ni queremos globalizarnos estúpidamente, téngalo por seguro, no queremos ser consumistas (para eso mejor se va uno a El Norte, a hacer la chamba que los negros de allá no quieren chambear): concédamos el beneficio de que intentamos encontrar la cuadratura a una serie de valores y conductas que ser repiten y permanecen. ¿No se le ha ocurrido pensar que la dinámica del desigual desarrollo socioeconómico nacional viene desde atrás tiempo, o sea desde una no manipulada realidad que usté conoce como historia? ¿Se ha preguntado y contestado usté, por ejemplo, por qué los renegridos vaqueros de la Costa Chica le entraron a guerrear La Independencia –tal vez conozca usté, historiador, la participación en ese movimiento de Juan del Carmen o Francisco Atilano Santamaría–? ¿De verdá le atribuye usté a esos cuantos letrados la capacidad de torcer el bienaventurado futuro desarrollo socioeconómico de las masas vaqueras de la Costa Chica? Optimistas que somos, descreemos en eso que usté chancea llamando el óptimo modo de vida. Pero, fanfarronea usté, porque supone que los costeños pueden ser conducidos como rebaño vacuno, sin que unos sean vacas, otros güeyes, además de chivos y chivas, burros y burras, yegüas y caballos, machos y mulas, pues. No queremos que todos coman papas fritas, pues, siendo tan sabrosas también las enminadas entre el rescoldo y la cenizas.

Y ahora sí que se barrió usté el corral: la promoción del sensato horizonte de expectativas de elementos de la población local corrió a cargo de los dólares que vinieron a suplir los escasos pesos con los que se pagaban las cosechas agrícolas, así nomás, por la mera inercia de eso que algunos llaman capitalismo y otros globalización, sin ayuda de ningún traidor de clase o de raza o de historia o de pasado o de futuro o de género, o cuando menos de nosotros, ni siquiera en los casi cincuenta años de existencia que uno tiene de existir.

Pero, ¿qué más puedo seguir argumentando en contra de falacias que usté afirma [la diferencial preocupación por la promoción de la autoestima nace como endógeno resultado de específicos cambios en los niveles de información, posibilidades de consumo y tránsito endógenos, y de su contraste/evaluación de los exógenos], si son historia que desconoce, pues como bien reconoce, usté llegó a la zona en 1997 y uno nació en 1961, además de que gente que promovía entre nosotros (y utilizaba los beneficios que ello representaba) la autoestima cimarrona, violenta e indómita nació a principios de los treinta, y le daré nomás dos nombres de Cuajinicuilapa, porque los conocí bien: Beto Seco y Beto García. Aparte, y para acompletar: ¿Ha escuchado usté aquellos famosos versos con los que crecimos generaciones y generaciones de costeños: “Soy el negro de la Costa/ de Guerrero y de Oaxaca./ No me enseñen a matar/ porque sé cómo se mata/ y en el agua sé lazar/ sin que se moje la riata”; o los más modernos de: “Pa vivir nacen los hombres/ no vivir la esclavitú”?).

Al final queda la sensación de que se arrepintió de acusar, pues escamotea los nombres, pero de esas historias de historiadores seguro que usté sabe más que uno.

Atentamente:

CI E. Añorve.

Nota: el artículo citado puede consultarse en http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/

viernes, 10 de julio de 2009

Taller de creación y producción de video documental


Tres sesiones semanales: MARTES,MIERCOLES y JUEVES, DE 18:00-21:30, del 28 de julio al 9 de septiembre (20 sesiones)


martes, 7 de julio de 2009

Los comerciantes y los otros. Costa chica y Costa de Sotavento, 1650-1820. Rudolf Widmer Sennhauser

Hace un par de meses, Odile Hoffmann, directora del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA), me propuso la publicación de este estudio sobre las costas novohispanas. La oferta me sorprendió, ya que se trataba de una investigación que había realizado hace más de quince años. De hecho, fue en 1993 que la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Berna había aprobado el texto como tesis de doctorado. Obtuvo en aquel entonces un summa cum laude y hasta el premio de la Facultad por la mejor tesis del año, pero a continuación no conseguí el apoyo necesario para la publicación. La Revista Estudios de Historia Social y Económica de América, de la Universidad de Alcalá, aceptó algunos de los capítulos sobre la ciudad de Veracruz como artículos, varias de las monografías municipales que se publicaron durante los años 1990 en el estado de Veracruz utilizaron la información contenida en el estudio: pero la tesis como tal, con su concepto teórico, quedó inédita.

La idea básica que guía el estudio es que para conocer una sociedad, y de eso se trata, hay que comprender la forma en que organiza la propiedad. La Historia no se limita al análisis de la propiedad, pero no se puede hacer Historia sin analizar la propiedad. Con esta tesis, ampliamente desarrollada por la historiografía agraria catalana, intentaba conocer las sociedades costeñas mexicanas: sociedades con quienes me había familiarizado durante los estudios de maestría en El Colegio de Michoacán a partir de 1985, y que me habían fascinado desde el primer contacto por su autenticidad: una autenticidad que contrastaba con la cultura del Viejo Continente donde ya en aquel entonces se tomaba café descafeinado y se creía en las guerras sin muertos (propios).

La presente publicación se realiza en el marco de un programa que enfoca la problemática étnica de las Américas. En la medida en que las etnias tienen su historia, en la medida en que el negro y el indio son productos ideológicos de las necesidades materiales del colonizador europeo, productos que a su vez han reacondicionado la organización de las actividades económicas, no podemos conocerlas sin estudiar la cuestión de la propiedad. La historia del negro mexicano se vincula desde el principio, en el siglo XVI, de múltiples maneras con la historia de la propiedad. De particular interés a ese respecto es, por supuesto, la época revolucionaria de fines del siglo XVIII, principios del XIX: el momento en que las personas revalorizan su dignidad y desmienten con su actitud los discursos legitimadores de los voceros oficiales.

Han pasado quince años desde la conformación de este texto. Entretanto me he sumergido en otros medios socioculturales, me he compenetrado con otras situaciones de explotaciones, otras historiografías. En la isla de Ayití (o Santo Domingo), no menos conflictiva que las costas mexicanas, he considerado los planteamientos sobre las llamadas ‘guerras de independencia’ de Fanon y de la historiografía haitiana, desde los clásicos del siglo XIX hasta los genios del siglo XX, Jean Casimir y Vertus Saint Louis. A raíz de esas experiencias humanas e intelectuales pondría en la actualidad los acentos del trabajo algo diferente. Enfatizaría, por ejemplo, la creatividad propia de los oprimidos. Y, sobre todo, arraigaría todo el estudio de una manera explícita en los conflictos actuales en que la disputa por la historia juega un papel fundamental.

Reescribir la tesis hubiera sido una opción, dejarla tal como era la otra. Un camino entremedio, los retoques puntuales, en cambio, sólo habría hecho peligrar la coherencia interna del texto. Como me he alejado de la realidad mexicana en los últimos diez años, y como interesaba 6 proceder a la publicación sin mucho dilatar, opté por dejar el estudio tal como lo había escrito en su momento.

Al final sólo queda expresar mi gratitud para con Odile Hoffmann y el equipo del proyecto AFRODESC: por tomar la iniciativa de la publicación, y también y sobre todo por la gran inversión de tiempo y de energías que hicieron para que esta se realizara. En realidad, había que redactilografiar el texto completo, y han sido los esfuerzos del proyecto AFRODESC, los que permitieron este inmenso y nada reconfortante trabajo. Sólo me han tocado la revisión y algunos complementos. También quisiera dar las gracias a Miguel de Camps Jiménez, gran amigo dominicano, intelectual crítico y editor generoso, quien le ha dado una lectura crítica a la nueva versión. Y con eso invitar a los lectores a que me lean con el mismo espíritu crítico con que leí y leo a los demás.

http://www.ird.fr/afrodesc/spip.php?article271